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El Vía Crucis o Camino de la Cruz, es una de las
formas más expresivas, más sólidas y extendidas de la devoción del pueblo
cristiano a la Pasión de Cristo.
Desde los primeros siglos los peregrinos de
Jerusalén veneraban los lugares santos, especialmente el Gólgota y el
Sepulcro. Según las revelaciones de Dios a Santa Brígida, luego de la muerte
de Cristo, el mayor consuelo de su Madre era recorrer los lugares de aquel
sagrado camino regados con la sangre de su Hijo. La imposibilidad de ir a
Jerusalén o el deseo de recordar con frecuencia en su propia tierra los
momentos de la Pasión, hizo nacer en la cristiandad diversas formas de
representar aquellos lugares para ser recorridos en una especie de peregrinación
espiritual.
Su ejercicio tiene indulgencia plenaria cuando se
hace ante estaciones legítimamente erigidas. Aunque es costumbre laudable leer
un texto y rezar determinadas oraciones, puede hacerse meditando mentalmente lo
que propone cada estación.
Dice San Bernardo: “No hay cosa tan eficaz
para curar las llagas de nuestra conciencia y purgar y perfeccionar nuestra alma
como la frecuente y continua meditación de las llagas de Cristo y de su Pasión
y Muerte”.
Le dijo Jesús Misericordioso a Santa Faustina Kowalska: "Son pocas las
almas que contemplan Mi Pasión con verdadero sentimiento; a las almas que
meditan devotamente Mi Pasión, les concedo el mayor número de gracias".
Estaciones del
Vía Crucis:
1ª: Jesús condenado a muerte.
2ª: Jesús con la cruz a cuestas.
3ª: Jesús cae por primera vez.
4ª: Jesús encuentra a su Madre.
5ª: El Cireneo ayuda a llevar la cruz.
6ª: La Verónica enjuga el rostro del Señor.
7ª: Jesús cae por segunda vez.
8ª: Jesús consuela a las santas mujeres.
9ª: Jesús cae por tercera vez.
10ª: Jesús es despojado de sus vestiduras.
11ª: Jesús es crucificado.
12ª: Jesús muere en la cruz.
13ª: Jesús en los brazos de su Madre.
14ª: Jesús es sepultado.
Modo de rezar el Vía Crucis:
Recorrer física o mentalmente las estaciones meditando un momento en cada
una de ellas. Si queremos mientras meditamos en cada estación, podemos rezar
alguna oración, por ejemplo un Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
EL HERMANO ESTANISLAO (1903 - 1927)
A la edad de
18 años, un joven
español
ingresó al noviciado de los "HERMANOS DE LAS ESCUELAS CRISTIANAS", en Bugedo. En
la vida religiosa, este joven tomó los votos de religión que son: el
cumplimiento de los reglamentos; avanzar en la perfección cristiana; y alcanzar
el amor puro. El mes de octubre de 1926, este hermano se ofreció a Jesús por
medio de María Santísima. Poco después de haber hecho esta donación heroica de
sí mismo, el joven religioso se enfermó y fue obligado a descansar. Murió
santamente el mes de marzo, 1927. Según el maestro de novicios, este religioso
era un alma escogida de Dios; y que recibía mensajes del Cielo. Los confesores
del joven, así como los teólogos, reconocieron estos hechos sobrenaturales como
actos insignes. El joven se llamaba Hermano Estanislao. El director espiritual
del Hermano Estanislao le había ordenado escribir todas las promesas
transmitidas por NUESTRO SEÑOR.
Esto sería para el bien espiritual de los que fueran devotos al
VÍA CRUCIS. Las promesas son las
siguientes:
PROMESAS para los devotos del Vía
Crucis
1. Yo concederé todo cuanto se
Me pidiere con fe, durante el Vía Crucis.
2. Yo prometo la vida eterna a
los que, de vez en cuando, se aplican a rezar el Vía Crucis.
3. Durante la vida, Yo les
acompañaré en todo lugar y tendrán Mi ayuda especial en la hora de la muerte.
4. Aunque tuvieran más pecados
que las hojas de la hierba que crece en los campos, y más que los granos de
arena en el mar, todos serán borrados por medio de esta devoción al Vía
Crucis. (Nota: Esta devoción no elimina la obligación de confesar los pecados
mortales. Se debe confesar antes de recibir la Santa Comunión.)
5. Los que acostumbran rezar el
Vía Crucis frecuentemente, gozarán de una gloria extraordinaria en el Cielo.
6. Después de la muerte, si
estos devotos llegasen al Purgatorio, Yo los libraré de ese lugar de expiación,
el primer martes o viernes después de morir.
7. Yo bendeciré a estas almas
cada vez que rezan el Vía Crucis; y mi bendición les acompañará en todas
partes de la tierra. Después de la muerte, gozarán de esta bendición en el
Cielo, por toda la eternidad.
8. A la hora de la muerte, no
permitiré que sean sujetos a la tentación del demonio. Al espíritu maligno le
despojaré de todo poder sobre estas almas. Así podrán reposar tranquilamente
en Mis Brazos.
9. Si lo rezan con verdadero
amor, serán altamente premiados. Es decir, convertiré a cada una de estas
almas en Copón viviente, donde Me complaceré en derramar Mi Gracia.
10. Fijaré la mirada de Mis Ojos sobre aquellas almas
que rezan el Vía Crucis con frecuencia y Mis Manos estarán siempre abiertas
para protegerlas.
11. Así como Yo fui clavado en la Cruz, igualmente estaré
siempre muy unido a los que Me honran, con el rezo frecuente del Vía Crucis.
12. Los devotos del Vía Crucis nunca se separarán de Mí
porque Yo les daré la gracia de jamás cometer un pecado mortal.
13. En la hora de la muerte, Yo les consolaré con Mi
presencia, e iremos juntos al Cielo. La muerte será dulce para todos los que Me
han honrado durante la vida con el rezo del Vía Crucis.
14. Para estos devotos del Vía Crucis, Mi Alma será un
escudo de protección que siempre les prestará el auxilio cuando recurran a Mí.
Promesas de Jesús a María Marta Chambón:
"Las Santas Llagas son el tesoro de los tesoros para las almas del purgatorio".
"Cada vez que miren al divino crucificado con un corazón puro, obtendrán la
libertad de cinco almas del purgatorio: una en cada fuente (cada Llaga de las
manos, pies y el costado)".
"Obtendrán también, si el corazón de vosotros es puro y desprendido, el mismo
favor en cada estación, por los méritos de cada una de mis Llagas".
Leer más...
Concluimos
que es muy beneficioso para nosotros y para
nuestros hermanos, rezar el Vía Crucis no solo en tiempo de Cuaresma sino en
todo tiempo.
(Aquí puede
ver o
descargar el Vía Crucis en
presentaciones de PowerPoint)
(Puede escuchar o descargar el Vía Crucis en
audio, haciendo clic
aquí)
Descargar volante para hacer apostolado
El Via Crucis
o Camino de la Cruz
Oración para el
comienzo
Señor mío Jesucristo,
que me invitas a tomar la Cruz y seguirte, caminando Tú delante para darme
ejemplo, ilumina mi alma con la luz de tu gracia para que pueda meditar
fructuosamente tus pasos dolorosos y aprenda a seguirte con decisión y coraje.
Madre de los Dolores,
inspíranos los sentimientos de amor con que acompañaste en este camino de
amargura a tu divino Hijo. Amén.
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Primera estación:
“Jesús condenado a muerte”
Está el injusto juez sentado en el
tribunal, y a sus pies el Hijo de Dios, juez de vivos y muertos, las manos
atadas como un delincuente, oyendo serenamente su sentencia de condenación.
¡Jesús mío querido! ¡Tú, autor de la vida, condenado a muerte! ¡Tú,
inocencia y santidad, condenado a una muerte humillante, como el último
malhechor! Qué amor tan grande el tuyo y qué ingratitud tan grande la mía,
pues te condeno de nuevo cada día. Y ¿por qué? ¡Por seguir una mala
inclinación, un interés mezquino o el temor a lo que digan los otros!
Perdóname, Jesús mío, y por ese tribunal
injusto que soportaste, no permitas que caiga un día sobre mí la sentencia
de muerte eterna, que merecían mis pecados.
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Segunda estación:
“Sale Jesús con la cruz a cuestas”
¡Y quieres, inocente Jesús mío, llevar
Tú mismo, como otro Isaac, el instrumento del suplicio! ¡Estás exhausto de
fuerzas! ¡Tus espaldas y hombros están doloridos y rasgados por los azotes!
¡La cruz es larga y pesada! Y cuánto no acrecientan todavía su peso mis
iniquidades y las de todo el mundo... Sin embargo, la aceptas, y besándola
la abrazas y llevas decididamente por mi amor.
Y yo, pecador, ¿aborreceré la ligera
cruz que Dios me envía? ¿Pretenderé yo ir al cielo por los deleites y
comodidades, yendo allá el inocentísimo Jesús por el dramático camino de la
cruz?
Reconozco mi engaño, Salvador mío;
envíame penas y tribulaciones, que resuelto estoy a sufrirlas con
resignación y alegría, por amor de un Dios que tanto padeció por mí.
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Tercera estación:
“Jesús cae la primera vez”
No es extraño, Jesús mío, que sucumbas
rendido al enorme peso de la cruz. Lo que me estremece es ver la inhumanidad
con que te tratan. Hasta los mismos animales inspiran más compasión. Pero
cae el Rey de los cielos y la tierra, quien sostiene el universo, y tus
verdugos no se conmueven. Hay una malicia e insensibilidad que no parece
humana, parece diabólica...
¿Y qué hacías, en qué pensabas entonces,
Señor?. En ti pensaba, pecador, por ti sufría con paciencia lo que tú habías
merecido. Para librarte de tus pecados he querido pasar estos momentos de
dolor e ignominia. ¿No estás todavía satisfecho? ¿Quieres aún que continúe
este camino que ya se me ha hecho tan largo? Aquí me tienes.
¡No, Jesús mío, no!; antes morir que
volver a ofenderte.
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Cuarta estación:
“Jesús encuentra a su Madre”
¿Qué sentiste, Madre de dolores, al ver
aquél espectáculo? Se ha dado sentencia de muerte sobre tu Hijo, los amigos
lo han dejado solo y lo siguen a distancia, una multitud que se pliega a las
burlas, injurias y blasfemias. Tu Hijo entre dos malhechores y la guardia
romana. Cuando adolescente, perdido, lo buscaste con angustia, pero lo
encontraste sano y salvo en el Templo. Ahora te lo llevan al sacrificio como
a un cordero. ¡Qué distinto será! ¿Lo conoces, Madre? ¿Es ése tu Hijo, tu
fiel reflejo, el más hermoso de los hijos de los hombres? ¿Es éste el
esplendor de la gloria del Padre, la admiración de los ángeles? ¡Cómo
ha cambiado todo! Ya no están los reyes ni los pastores ni los ángeles que
celebraron su venida con himnos de alabanza. Ahora hay sudor y sangre en su
rostro que no puedo secar y esa corona de espinas que no puedo quitarle...
¡María, mujer afligida entre todas las
mujeres! ¡María, la del corazón y del amor inmaculado, tu dolor es tan
grande como tu amor! ¡Qué serena fortaleza te da la unión a Dios! ¡Oh Jesús!
¡Oh María! Perdonad al verdadero causante de tanta aflicción y nunca me
dejéis en el camino de mi cruz.
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Quinta estación:
“Jesús ayudado por el Cireneo”
Temiendo los judíos no se le muriese
Jesús antes de llegar al Calvario, no por aliviarle, sino por el deseo que
tenían de crucificarle, buscan quien le ayude a llevar la cruz, y no le
encuentran. Había entonces en Jerusalén tantos millares de hombres, y sólo
Simón Cireneo acepta este favor, y aun por fuerza.
¿Y así te desamparan, Jesús mío? ¿No
fueron cinco mil los hombres que alimentaste con cinco panes en el desierto?
¿No son innumerables los ciegos, paralíticos y enfermos que sanaste? ¡Y
nadie quiere llevar tu cruz! ¡Ni siquiera tus apóstoles, ni Pedro! ¡Y ella,
no obstante, nos predica la amplitud de tu misericordia, la longitud de tu
poder y la profundidad de tu sabiduría infinita! ¡Qué misterio
incomprensible! Muchos admiran tus prodigios y tu doctrina, mas pocos gustan
de padecer contigo.
Teman, pues, los que eluden la cruz,
oyendo a Cristo que dice: “El que no carga la cruz y viene en pos de Mí, no
puede ser mi discípulo.”
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Sexta estación:
“Verónica enjuga el rostro de Jesús”
¡Qué temple el de
esta mujer! Aquel rostro, reflejo de un alma santísima y de la misma
plenitud de la divinidad, está marcado por el cansancio, cubierto de polvo,
sudor y sangre. Pero ella, en un arranque de nobleza, desafiando los
peligros, se quita el pañuelo y le enjuga el rostro.
¡Cómo confunde esta mujer fuerte la
cobardía de tantos cristianos que por respeto humano no se atreven a obrar
bien! ¡Dichosa Verónica! Dios te premia ese gesto de grandeza de alma
dejando su rostro estampado en el lienzo.
¿Quiero yo que Dios restaure mi alma con
la imagen de su Hijo? Me venceré a mí mismo, despreciaré el respeto humano e
imitaré el ejemplo de la Verónica. Quiero ser otro Cristo donde el Padre se
complazca.
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Séptima estación:
“Jesús cae la segunda vez”
Cae el Señor segunda vez bajo la cruz;
nuevas injurias y golpes, nueva crueldad de parte de los judíos; nuevos
dolores y tormentos, nuevos rasgos de amor de parte de Jesús. Parece que el
infierno desahoga contra Él todo su furor. Mas ¿qué hará el Señor? ¿Dejará
la empresa comenzada? ¿Hará como nosotros, que a una ligera contradicción
abandonamos el camino de la virtud? No. Bien podrán decirle: Si eres Hijo de
Dios baja de la cruz, deja la cruz; por lo mismo que lo es, allí
permanecerá, a ella se aferrará hasta morir.
¿Cuándo, Señor, imitaré tu heroica
constancia? No siendo coronado sino el que combatiendo legítimamente
persevere hasta el fin, ¿de qué me servirá abrazar la virtud y llevar la
cruz solamente algunos días? Cueste, pues, lo que costare, quiero, con tu
divina gracia, amarte y servirte hasta morir.
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Octava estación:
“Jesús consuela a las santas mujeres”
¡Qué amor tan ardiente! Los que sufren,
piensan y hablan de sus penas. Pero Tú, olvidando tus agudos dolores, te
acuerdas de nosotros. Hijas de Jerusalén, dice a las mujeres que
compadecidas lo seguían llorando, no lloréis por Mí; llorad más bien por
vosotras y por vuestros hijos.
Pero ¿puede haber motivo más digno de
llanto que la pasión y muerte de nuestro Redentor? Sí, hay cosa más digna de
lágrimas, y de lágrimas eternas, y es el pecado. Pues el pecado es la única
causa de la pasión y muerte tan ignominiosa; él es el origen y el colmo de
todos los males; mal terrible, el único mal. ¡Y no obstante yo peco con
tanta facilidad! ¡Y recaigo tan a menudo en el pecado! ¡Y paso tranquilo
días, meses, años y hasta la vida entera, si no en el pecado, al menos en la
tibieza y en la mediocridad!
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Novena estación:
“Jesús cae la tercera vez”
¿Qué es esto, Jesús mío? ¡En Ti
fueron hechas todas las cosas, eres el recapitulador del universo,
vencedor del poder del infierno y de la muerte, y te vemos nuevamente caído
en tierra!
¿Y qué, hijo mío? ¿No has pecado más de
dos o tres veces? ¿No recaes a diario, no eres inconstante en mi
seguimiento? Hoy haces generosos propósitos y mañana ya están olvidados;
ahora me entregas el corazón y un instante después te dejas ganar por los
placeres de la carne, las frivolidades del mundo o los reclamos de tu amor
propio. La historia de Pedro se repite en cada uno de los hombres. Por eso
he caído por segunda y tercera vez, para expiar tus continuas recaídas.
Caigo para que te levantes pronto del pecado, para que salgas de la tibieza,
para que no te expongas de nuevo al peligro, para que no vayas a caer en el
fuego inextinguible del infierno.
Gracias, Dios mío, por tu inefable
bondad; y por esta tan dolorosa caída, dame fuerza, te lo suplico, para que
me levante por fin de mi vida de pecado, y camine firme y constante en tu
santo servicio.
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Décima estación:
“Jesús despojado de sus vestiduras”
Cuando te tratan una herida, por cuidado
que tenga la más delicada madre, ¡qué dolor no sientes al curarte y
vendarte! ¿Cuál sería el tormento de Jesús al quitarle las vestiduras y
manipular ese cuerpo agobiado por el cansancio, herido por la flagelación y
la fatiga del camino? Más aún, ¡te quitan los vestidos, Señor, y te exponen
desnudo en medio de una multitud! ¿En qué pensabas, Jesús mío, frente a
tantos agravios juntos?
En ti pensaba; en tus pecados de
impureza y los de todo el mundo. En tantas faltas que desde la adolescencia
comienzan a degradar a los hombres y los hacen ciegos e incapaces de los
bienes del cielo. Sé cuánto te cuesta deshacerte de aquel mal hábito,
privarte de aquel placer, separarte de aquella mala amistad. Todo esto te
quería decir con aquellos profundos dolores que me afectaron el cuerpo y el
alma.
¡Señor, qué inmensa caridad la tuya y
qué grande insensibilidad la mía! Nunca más, Señor, renovar estos dolores
con mis pecados.
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Undécima estación:
“Jesús clavado en la cruz”
¿Quién de nosotros tendría valor para
sufrir que le atravesasen pies y manos con gruesos clavos? ¿Quién tendría
ánimo para ver así atormentado incluso a su mayor enemigo? Pues este
tormento padece Jesús por nuestro amor. Ya le tienden sobre la cruz, ya le
clavan aquellas manos omnipotentes que tantas veces se habían levantado para
sanar y bendecir, ya brota su preciosa sangre. Así, al golpeteo del martillo
se va consumando el sacrificio del manso cordero que quita los pecados
del mundo.
Ahí está también su Madre. Lo que Tú,
Redentor mío, sufres visible e interiormente, Ella lo padece en su interior,
pues siempre guardó tus cosas en su corazón.
Que no deje, Señor, de contemplarte, y
de contemplar a tu Madre, y siempre recuerde que yo también he estado
presente y he tenido mucho que ver en este doble sacrificio.
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Duodécima estación:
“Jesús muere en la cruz”
Contempla ahora a nuestro Cristo puesto
en la cruz y seguirás oyendo y viendo cosas admirables. La cruz se convierte
ahora en una cátedra, un púlpito de las más profundas enseñanzas y ejemplos.
Cuando todos esperaban insultos o
quejidos, escuchan de sus labios: Perdónalos porque no saben lo que hacen.
Lo ha dicho por los verdugos romanos, por los paganos, por los judíos
entregadores y todos los de su raza, por ti y por mí. Desde entonces tiene
eficacia el perdón del sacerdote. Ahora el Señor se dirige a aquel hombre
que estaba crucificado junto a Él, despreciado de la sociedad, a quien nadie
valoraba ni acompañaba, para responder no tanto al pedido de sus palabras
como a la sed de su corazón: Hoy estarás conmigo en el Paraíso.
¿Quién podrá desesperar si el ladrón confía? Pero ahí está su Madre y el
único Apóstol fiel. Ahí tienes a tu hijo, ahí tienes a tu Madre. En
la prueba y el dolor descubrirás la necesidad de María; Ella estará siempre
al pie de tu cruz.
¡Cuántas gracias han brotado de este
monte! A través de ellas hemos llegado a la fuente misma: el sacrificio de
Cristo. En este nuevo Templo de la humanidad puedes ver a la Víctima
inmaculada en el instante mismo del sacrificio de su alma y de su cuerpo:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?; Tengo sed. Ahora
escucha al Sacerdote: Todo está consumado; Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu.
Jesús mío, que nunca olvide este momento
y te busque siempre en las fuentes del perdón y de la Eucaristía.
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Decimotercera
estación:
“El descendimiento del Señor”
Tu Hijo ha muerto,
Madre mía, mis pecados son los verdugos que le hicieron sufrir y le dieron
muerte tan cruel. Sí, yo lo dejé solo en el huerto, yo lo condené en tres
tribunales, yo lo he flagelado, yo he sido el peso de esa cruz y la agudeza
de los clavos. Ese cuerpo tan hermoso, obra del Espíritu Santo que llevaste
en tu seno, ahora lo recibes tan cambiado. Soy yo también quien atravesó tu
corazón con una espada de dolor. ¿Dónde iré? ¿Dónde me ocultaré?
He pecado, Madre
mía, como Pedro y como Judas. Pero he aprendido que siempre hay perdón si
nos acercamos a tu Hijo. Una palabra suya bastará para sanarme. Sé
además que Tú eres mi Madre y yo soy tu hijo. Jesús acaba de traspasar en mí
los derechos que tenía a tu amor. Recíbeme, entonces, con el amor con que
recibiste a tu Hijo hasta los últimos momentos de su vida. Me amparo, pues,
en tus brazos con la más viva confianza. No me desprecies, refugio maternal
de pecadores arrepentidos, y ampárame ahora y en la hora de mi muerte.
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Decimocuarta
estación:
“Jesús puesto en el sepulcro”
José de Arimatea y
Nicodemo, ungiendo el cuerpo con aromas, le ponen en un sepulcro nuevo,
sellándolo con una losa de piedra.
¡Cuántos
sentimientos se mezclan también ahora en el corazón de esa Madre admirable!
Por un lado, los últimos recuerdos de la injusticia de los tribunales y los
padecimientos de la cruz; por otro, el dolor de ya no verlo ni tocarlo. Pero
es aún más fuerte en su alma el consuelo del valor infinito de este
sacrificio. En la cruz ya se han visto los primeros brotes de una primavera
inagotable que se extenderá por todos los siglos. Sabe Ella también que
pronto el Señor ha de resucitar como primicia para todos los mortales.
Aunque los demás duden, para Ella es una certeza del corazón, sostenida por
la palabra misma de su Hijo. Feliz de Ti que has creído. Esa tumba es
para Ti un nuevo seno materno, semejante al tuyo, de donde esperas que nazca
como en los días de Belén, pero ahora con cuerpo glorioso.
¡Sepulcro
afortunado, que encierras el cuerpo del Hijo de Dios y el corazón de su
Madre, guarda también con esos tesoros mi pobre corazón! Sea éste para ti el
sepulcro donde descanses; sean los puros afectos de mi alma los lienzos que
te envuelvan y los aromas que te consuelen. Muera yo a las fascinaciones y
vanidades del mundo para que, viviendo según el espíritu de tu Hijo, espere
confiado la resurrección gloriosa y la vida eterna.
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