CAPÍTULO
I
LOS TEMPERAMENTOS EN GENERAL
I
El Dr. Jorge
Hagemann escribe en su Psicología: "Las modificaciones (o las diferencias) de
los estados generales del alma se refieren menos al conocimiento que al
sentimiento, o sea menos al espíritu que al corazón. No tanto en el modo de
conocer cuanto en la manera de sentir y apetecer se manifiesta cómo el
corazón, centro de los sentimientos y afectos, es en unos y otros más fácil o
lenta, más profunda o superficialmente excitable. Esta diversa excitabilidad
del corazón o el diverso temple, conque un alma se inclina a un determinado
sentir o apetecer, se llama temperamento. Si consideramos los rasgos
fundamentales de los temperamentos individuales y los agrupamos según su
semejanza, se pueden dividir en cuatro grupos, a los cuales ya la antigüedad
dio sus nombres estables, uniendo arbitrarias teorías con acertadas
observaciones: temperamentos sanguíneo, colérico, melancólico, flemático.
Estos temperamentos se distinguen entre sí en cuanto que la excitabilidad del
sanguíneo es fácil y superficial, la del colérico fácil y honda, la del
melancólico lenta y profunda, y por fin, la del flemático es lenta y
superficial. Ya que el corazón (el sentimiento y afecto) está tan íntimamente
relacionado con el espíritu y la fantasía, la diversa excitabilidad del mismo
tiene, en consecuencia, una diversa actitud en el mismo entendimiento y
fantasía".
El
temperamento es, pues, una disposición fundamental del alma, que se manifiesta
particularmente, cuando esta recibe una impresión, ya sea por ideas y
representaciones o bien por acontecimientos exteriores. El temperamento nos da
la contestación a esta pregunta: ¿Cómo se conduce el hombre, qué sentimientos
lo embargan, qué móvil le impulsa a obrar, cuándo algo le impresiona?. Así por
ejemplo: ¿cómo se porta el alma, cuando es alabada o reprendida, cuando se la
ofende, cuando advierte en sí cierta simpatía o tal vez antipatía hacia tal
persona, o cuando, en ocasión de una tormenta o de hallarse de noche en un
camino solitario, le sobreviene el pensamiento de un inminente peligro?
Aquí cabe
hacer las siguientes preguntas:
1. Ante
tales impresiones ¿se excita el alma con rapidez y fuerza, o por el contrario
con lentitud y debilidad?
2. Bajo
tales impresiones ¿se siente el alma impulsada a obrar de inmediato y a
reaccionar con rapidez, o bien siente la inclinación de esperar y estarse
tranquila? ¿Muévenla tales casos a obrar con ardor, o a postrarse más bien
en un estado de pasividad?
3. ¿Esta
excitación del alma dura por largo o corto tiempo? ¿Quedan grabadas en
el alma por mucho tiempo tales impresiones, de manera que con su solo
recuerdo se renueve la excitación, o sabe el alma sobreponerse de
inmediato y con facilidad, de modo que el recuerdo de una excitación no
llega a provocar otra nueva?
La
contestación a estas pregunta nos lleva como por la mano a los cuatro
temperamentos y nos da al mismo tiempo la clave del conocimiento de cada
temperamento particular e individual.
II
El
colérico se excita fácil y fuertemente; se siente impulsado a
reaccionar de inmediato; la impresión queda por mucho tiempo en el alma y
fácilmente conduce a nuevas excitaciones.
El
sanguíneo, así como el colérico, se excita fácil y fuertemente,
sintiéndose asimismo impulsado a una rápida reacción; pero la impresión
se borra luego y no queda mucho tiempo en el alma.
El
melancólico se excita bien poco ante las impresiones del alma; la
reacción o no se produce en él o llega después de pasado cierto
tiempo. Las impresiones, sin embargo se graban muy profundamente en
el alma, sobre todo si se repiten siempre las mismas.
El
flemático no se deja afectar tan fácilmente por las impresiones, ni
se siente mayormente inclinado a reaccionar; y las impresiones, por su
parte, muy luego se desvanecen.
El
temperamento colérico y sanguíneo son activos; el melancólico y el
flemático son más bien pasivos. En el colérico y el sanguíneo hay una
fuerte inclinación hacia la acción, y en el melancólico y el flemático por el
contrario hacia la tranquilidad.
Los
temperamentos coléricos y melancólicos son apasionados; conmueven y
repercuten muy hondamente en el alma; al paso que los sanguíneos y los
flemáticos no tienen grandes pasiones, ni inducen a fuertes arranques
del alma.
Si
queremos conocer nuestro propio temperamento, no debemos comenzar averiguando
si tenemos o no en nosotros los lados fuertes y débiles, anotados más arriba a
cada temperamento, sino que debemos contestar ante todo a las tres preguntas
poco ha enumeradas. Lo más fácil será considerar esas preguntas, en cuanto se
refieren a las ofensas que recibimos. Y lo mejor de todo será abstenernos al
orden siguiente: ¿Suelo aceptar las ofensas con dificultad y a regañadientes?
¿Acostumbro guardarlas en mi interior? - Caso de tener que contestarnos: De
ordinario no puedo olvidar ofensas; las guardo en mis adentros; su recuerdo me
renueva la excitación; por mucho tiempo guardo mal humor; por varios días y
aún por semanas enteras trato de evitar la palabra y el encuentro de la
persona que me ofendió, - es este nuestro caso, estemos entonces ciertos de
ser o coléricos o melancólicos. Podemos en cambio, decirnos: No suelo guardar
rencor, ni mostrarme enojado con otros por mucho tiempo; no puedo menos de
quererlos, a pesar de la ofensa; y aunque quisiera mostrar mal humor y mala
cara, no puedo hacerlo más que por una o dos horas, - en este caso somos
sanguíneos o flemáticos. Convencidos de ser coléricos o melancólicos,
sigámonos preguntando: ¿Aféctanme con fuerza y rapidez las ofensas? ¿Lo dejo
entrever en mis palabras y maneras? ¿Siento un fuerte impulso al inmediato
desafío y réplica ofensiva? ¿O soy capaz de mantenerme exteriormente
tranquilo, mientras hierve el interior? ¿Me abochornan, perturban y
desalientan de tal modo las ofensas, que no hallo una palabra conveniente o el
ánimo necesario para contestar, resignándome por ello al silencio? ¿No me
acontece a menudo el no sentirme ofendido en el momento mismo de la ofensa
para caer unas horas después o al día siguiente, en un extremo estado de
postración? - Si nuestra contestación a la primera serie de preguntas es
afirmativa, somos coléricos, y si a la segunda, somos melancólicos. - ¿Hemos
llegado a la convicción de ser sanguíneos o flemáticos?, entablemos con
nosotros mismos el siguiente interrogatorio: ¿Al recibir una ofensa, me
enciendo y encolerizo al instante queriendo obrar con precipitación? ¿o
consigo mantener la tranquilidad? En el primer caso somos sanguíneos, en el
segundo flemáticos.
Solo si
con este ejemplo hemos llegado a conocer nuestro temperamento, podemos
averiguar si poseemos las notas características particulares, tales como más
adelante se las ha de señalar a cada temperamento. Podemos entonces
profundizar el conocimiento de nosotros mismos, y en especial podemos llegar a
conocer el grado de desarrollo, a que han llegado los lados fuertes y débiles
de nuestro temperamento, descubriendo al mismo tiempo las modificaciones que
nuestro temperamento predominante haya podido sufrir por mezclarse con otro.
III
De
ordinario parece cosa difícil el conocer el temperamento propio y el ajeno.
Con todo la experiencia demuestra que aún personas sin mayor formación
superior llegan de una manera relativamente fácil al conocimiento de su propio
temperamento, el de los que le rodean y el de sus subalternos, con tal de que
se les dé una instrucción adecuada para ello.
Pero la
investigación de los temperamentos ofrece especiales dificultades en los casos
siguientes:
1.
Cuando el hombre comete aún muchos pecados. Entonces la pasión pecaminosa
resalta más que el temperamento. Así p.e. puede un sanguíneo por su
condescendencia con la ira y la envidia molestar mucho al prójimo y causarle
grandes pesares, aunque por su temperamento se incline a llevarse bien con
todos.
2.
Cuando el hombre ya ha progresado mucho en la perfección. Los lados
débiles del temperamento, como se manifiestan ordinariamente en cada hombre,
son entonces apenas perceptibles. San Ignacio de Loyola, un colérico
apasionado, logró tal dominio sobre sus pasiones que en lo exterior aparecía
tan exento de pasiones que los que le rodeaban le tenían por flemático. En el
sanguíneo san Francisco de Sales se habían extinguido por completo los
arrebatos y explosiones de ira; lo cual no lo obtuvo ciertamente, sino después
de 22 años de continuo combate consigo mismo. Los Santos melancólicos nunca
dejan exteriorizar la tristeza, el mal humor y el desaliento, a que tiende su
temperamento, sino que con una mirada al Crucificado saben dominar, después de
breve lucha, esa peligrosa disposición de ánimo.
3.
Cuando el hombre posee poco conocimiento de sí mismo. El que no conoce
tanto sus buenas como sus malas cualidades, el que no es capaz de formar un
juicio sobre la intensidad de sus pasiones y el modo de su excitabilidad,
tampoco podrá darse cuenta de su temperamento, y preguntado por otros que
quisieran ayudarle con el conocimiento de su temperamento, da respuestas
falsas, no de intento, sino precisamente por no conocerse a sí mismo. Por eso
los principiantes en la vida espiritual no llegan generalmente hablando, a
conocer su temperamento, sino después de haberse ejercitado durante algún
tiempo en la meditación y en el examen particular.
4.
Cuando el hombre es muy nervioso. Pues, las manifestaciones de
nerviosidad, como lo variable en la conducta, la irritación, la inconstancia
de sentimientos y resoluciones, la inclinación a la tristeza y al desaliento,
aparecen en hombres nerviosos en tal grado que las exteriorizaciones del
temperamento quedan relegados a segundo término. Particularmente es difícil
conocer el temperamento de personas histéricas, en las cuales el así llamado
"carácter histérico" está ya del todo desarrollado.
5.
Cuando el hombre tiene un temperamento mixto. Llamamos temperamentos
mixtos a aquellos en los cuales predomina un temperamento determinado mezclado
al mismo tiempo con propiedades de otro. Sobre temperamentos puros y mixtos ya
se ha escrito mucho. Una solución satisfactoria de los múltiples problemas que
surgen en esta materia se halla, tomando en cuenta el temperamento de los
padres del interesado. Si el padre y la madre poseen un mismo temperamento, de
igual temperamento serán también los hijos. ¿Son, pues, ambos, padre y madre
de índole colérica?, los hijos asimismo lo serán. Mas en el caso de
temperamentos distintos, los hijos tendrán un temperamento mixto. Así por
ejemplo, si el padre es colérico y la madre melancólica, los hijos serán o
coléricos con tintes melancólicos o melancólicos con tintes coléricos, según
que los hijos se parezcan más o menos al padre o a la madre.
Para
averiguar en un temperamento mixto cuál es el temperamento predominante, hay
que atenerse exactamente a las preguntas formuladas más arriba para llegar a
conocer un temperamento. Sucede sin embargo, aunque no tan a menudo, como
muchos lo creen, que en una persona se hallan tan entrelazados dos
temperamentos, que ambos se manifiestan siempre con la misma intensidad y
fuerza. Por eso es naturalmente muy difícil tomar una decisión respecto al
temperamento que ha de atribuirse a tal o cual persona. Mas es probable que
con el correr de los años a causa de pruebas y dificultades se ponga de
manifiesto el temperamento predominante.
Préstanos
eficaz ayuda en el conocimiento del temperamento mixto y más aún del
temperamento puro la expresión de los ojos y en parte también el modo de
andar: La mirada del colérico es resuelta, firme, enérgica, ardiente; la del
sanguíneo: serena, alegre, despreocupada; mas la mirada del melancólico
ligeramente triste y preocupada, al paso que la del flemático es lánguida e
inexpresiva. - Al colérico lo vemos andar con firmeza y decisión y avanzar
deprisa, el sanguíneo es ágil y ligero de pie, de paso corto y a veces
danzante; el paso del melancólico es lento y torpe; el flemático camina
perezosamente y a sus anchas. Muy fácilmente se reconoce la mirada del
colérico (cuyo tipo es la conocida mirada de Napoleón, Bismark) y la del
melancólico (la conocida mirada de Alban Stolz). No pudiendo encontrar en los
ojos ni la decisión y energía del colérico, ni la suave tristeza del
melancólico, creemos hallarnos ante un sanguíneo o flemático. También los ojos
nos descubren el temperamento que predomina en el temperamento mixto. Después
de haber adquirido cierta experiencia en la distinción de las miradas, muchas
veces se puede ya al primer encuentro con una persona y aún basta haberla
visto de paso en la calle para determinar su temperamento. Detalles del
cuerpo, que se apuntan además como notas características de los cuatro
temperamentos (como la formación del cráneo, el color de la cara y del cabello
o la constitución del cuello y de la nuca) no son, a mi parecer más que un
simple entretenimiento.
IV
Por más
difícil que sea en ciertos casos llegar a conocer el temperamento de un
hombre, no por eso debiéramos ahorrarnos el trabajo de averiguar nuestro
propio temperamento y el de los que nos rodean o el de las personas que
tratamos con más frecuencia; pues la utilidad es siempre grande.
Conociendo
el temperamento de nuestro prójimo llegaremos a comprenderlo mejor, o
tratarlo con más justicia y a sobrellevarlo con más paciencia. Estas son
ventajas para la vida social, las cuales nunca podemos apreciar debidamente.
Llegaremos
a comprender mejor a nuestro prójimo. El Dr. Krieg en su obra: "La
ciencia de la dirección espiritual en particular" dice en la página 141: "No
podremos entender a nuestro prójimo mientras no lleguemos a conocer su
temperamento, sus aspiraciones y tendencias, pues conocer a un hombre
significa sobre todo conocer su temperamento.
Trataremos
con más justicia a nuestro prójimo. A un colérico se le
conquista exponiéndole sosegadamente las razones; las palabras severas e
imperiosas le mortifican, lo obstinan y lo irritan hasta lo extremo. El
melancólico se vuelve tímido y taciturno con una palabra dura o una mirada
recelosa, más con un tratamiento atento le veremos más dado, confiado y fiel.
De la palabra de un colérico bien puede uno fiarse, pero no de las promesas
más formales de un sanguíneo. Desconociendo, pues, el temperamento de nuestro
prójimo nuestro trato redundará sin justicia en daño propio y ajeno.
Sobrellevaremos con más paciencia a nuestro prójimo.
Sabiendo
que los defectos y flaquezas del prójimo están fundados en su temperamento, se
los disculparemos fácilmente, sin irritarnos. No nos impacientaremos, si un
colérico es agrio, duro, impetuoso y obstinado; o si un melancólico se porta
tímida e indecisamente, si no habla mucho y si lo que tiene que decir, lo
profiere de un modo impropio; o si un sanguíneo se muestra locuaz, ligero y
veleidoso; o si un flemático nunca sale de su acostumbrada tranquilidad.
Es de
grandísimo provecho el conocer su propio temperamento. Conociéndolo nos
comprenderemos también mejor a nosotros mismos, nuestras disposiciones de
ánimo, nuestras propiedades y nuestra vida pasada. Una persona muy
experimentada y encanecida en la vida espiritual, al leer los siguientes
conceptos sobre los temperamentos confesó: "Nunca me llegué a conocer tan bien
como cuando me vi pintada de cuerpo entero en estas líneas; pero tampoco nadie
me ha dicho tan francamente la verdad como lo hace este librito".
Conociendo
nuestro temperamento, trabajaremos con más acierto en nuestra perfección,
puesto que todos nuestros esfuerzos en pro de nuestra alma se reducen
únicamente a cultivar las buenas cualidades de nuestro temperamento y a
combatir sus deficiencias. De manera que el colérico siempre tendrá que luchar
ante todo contra su terquedad, ira y orgullo; el melancólico contra su
desaliento y miedo a la cruz; el sanguíneo contra su locuacidad e
inconstancia, y el flemático contra su pachorra y pereza.
Conociendo
nuestro temperamento, seremos más humildes, ya que nos iremos convenciendo, de
que lo bueno en nosotros no es tanto virtud sino consecuencia de nuestro
natural y de nuestro temperamento. Entonces el colérico hablará con más
modestia de la fuerza de su voluntad, de su energía e intrepidez; el sanguíneo
de la serena concepción de la vida, de la facilidad de tratar caracteres
difíciles; el melancólico de la profundidad de su alma, de su amor a la
soledad y a la oración; el flemático de su suavidad y sosiego de espíritu.
El
temperamento, por ser innato en el hombre, no puede por lo tanto trocarse con
otro. Pero sí podemos y debemos cultivar y desarrollar la parte buena del
mismo y combatir y neutralizar sus influjos nocivos.
Cada
temperamento es bueno en sí mismo y con cualquiera de los cuatro se puede
obrar el bien y llegar al cielo. Es, por ende insensatez e ingratitud desear
otro temperamento. "Todos los espíritus alaben al Señor" (S. 150, 6). Todos
los movimientos y propiedades de nuestra alma han de servir a Dios
contribuyendo así a la gloria de Dios y salvación de las almas. Hombres que
tienen diversos temperamentos y viven juntos, no debieran rechazarse
mutuamente sino completarse y ayudarse (unos a los otros).
Cuando más
adelante se diga: el colérico, el sanguíneo, etc., hace así o de otro modo, no
quiere eso decir: "tienen que hacerlo así", o "lo hacen siempre así",
sino: "lo hacen ordinariamente así" o "se inclinan a hacerlo
así".
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CAPÍTULO II
EL TEMPERAMENTO COLÉRICO
I. Esencia del temperamento colérico.
El alma
del colérico por las influencias que recibe, se excita de inmediato y con
vehemencia. La reacción sigue al instante. La impresión queda en el
alma por mucho tiempo.
II. Distintivo del colérico así del bueno como del malo.
El
colérico siente y se entusiasma por lo grande - no busca lo ordinario,
sino aspira a lo grandioso y sobresaliente. Tiende a lo alto, sea en las cosas
temporales ambicionando una fortuna grande, un comercio muy extenso, una casa
magnífica, un nombre prestigioso, un puesto destacado, - o sea en las cosas de
su alma sintiendo en sí un deseo vehemente de santificarse, de hacer grandes
sacrificios por Dios y por el prójimo y de salvar muchas almas para la
eternidad. La virtud innata del colérico es la generosidad, que desprecia lo
bajo y vil y suspira por lo noble, grande y heroico.
En estas
sus aspiraciones a lo grande le apoyan:
1º Un
entendimiento agudo. Las más de las veces, si bien no siempre, el colérico
es un buen talento; es un hombre intelectual, al paso que su fantasía y
especialmente su vida interior no se hallan desarrolladas, sino han quedado un
tanto raquíticas.
2º Una
voluntad fuerte, que no se amilana ante las dificultades, sino, por el
contrario, emplea toda su vitalidad, y persevera a costa de grandes
sacrificios hasta llegar a su meta. No conoce lo que es pusilanimidad y
desaliento.
3º Un
gran apasionamiento. El colérico es el hombre de las grandes pasiones;
rebosa de violento apasionamiento máxime cuando encuentra resistencia o
persigue sus altos proyectos.
4º Un
instinto a menudo inconsciente de dominar y sujetar a los demás. El
colérico ha nacido para mandar; está en su elemento, cuando puede ordenar y
organizar las grandes masas del pueblo.
La
imprudencia es para el colérico un obstáculo sumamente peligroso en su
aspiración hacia lo grande. El es al punto absorbido por lo que una vez ha
deseado y se lanza apasionada y ciegamente hacia la meta concebida sin
reflexionar siquiera, si el camino adoptado realmente conduce al fin. Ve este
único camino elegido en un momento de pasión y de poca reflexión sin darse
cuenta de que por otro camino pudiera llegar a su fin con mucha más facilidad
y seguridad. Encontrándose ante grandes obstáculos en un camino errado puede,
cegado por la soberbia, resolverse con dificultad a desandar lo andado, y
prueba aún lo imposible por conseguir su fin. Llega, por decirlo así, a
perforar la pared con la cabeza, teniendo al lado una puerta que le franquea
la entrada. De este modo, malgasta sus energías, se ve alejado poco a poco de
sus mejores amigos y acaba por estar aislado y mal visto en todas partes.
Después de echarse a perder sus más bellos éxitos, todavía niega que él mismo
es la causa principal de sus fracasos. Esta imprudencia en la elección de
medios la pone de manifiesto también en sus aspiraciones a la perfección, de
modo que a pesar de todos sus grandes esfuerzos no llegará a la perfección. El
colérico puede prevenir este peligro sometiéndose dócil y humildemente a las
normas del director espiritual.
III. Cualidades malas del colérico.
I. Orgullo:
que se
manifiesta sobre todo en los siguientes puntos:
a) El
colérico es muy pagado de sí mismo. Tiene en alta estima sus cualidades
personales y sus éxitos y se tiene por algo excepcional y llamado a altos
destinos. Hasta sus mismas faltas, por ejemplo, su orgullo, testarudez y
cólera, las considera como justificables y aún dignas de toda aprobación.
b) El
colérico es muy caprichoso y ergotista. Cree tener siempre razón, quiere
tener la última palabra, no sufre contradicción y no quiere ceder en nada.
c) El
colérico se fía mucho de sí mismo. Es decir, de su ciencia y facultades.
Rechaza la ayuda ajena, gusta hacer solo los trabajos ya por creerse más apto
que los demás en la plena seguridad de su propia suficiencia para llevar a
feliz término la obra emprendida. Difícilmente se convence de que aún en cosas
de pequeña monta requiere el auxilio divino; por lo cual, no es de su agrado
impetrar la gracia de Dios y quisiera con sus propias fuerzas resistir
victoriosamente a grandes tentaciones. Por esta presunción, en la vida
espiritual cae el colérico en muchos y graves pecados y es esta también la
causa porque tantos coléricos, a pesar de sus grandes sacrificios, no llegan
nunca a hacerse santos. En él radica una buena parte del orgullo de Lucifer.
Se conduce, como si la perfección y el cielo no debieran atribuirse en primer
lugar a la gracia divina, sino a sus personales esfuerzos.
d) El
colérico desprecia a su prójimo. A los demás los tiene por tontos,
débiles, torpes y lerdos, por lo menos en comparación suya. Este menosprecio
por el prójimo lo pone de manifiesto en sus palabras despreciativas, burlonas
e inconsideradas y en su proceder altanero con los que le rodean, sobre todo
con sus súbditos.
e) El
colérico es ambicioso y mandón. Siempre quiere figurar en primer término,
ser aplaudido y suplantar a los demás. Su ambición le hace empequeñecer,
combatir, y perseguir a aquellos que se le cruzan en el camino, y esto no
raras veces con medios poco nobles.
f) El
colérico se siente hondamente herido cuando es avergonzado y humillado. No
sin mal humor recuerda sus pecados, pues le obligan a tenerse en menos y no
pocas veces llega hasta desafiar a Dios.
II. Cólera
El
colérico se excita profundamente por la contradicción, resistencia u ofensas
personales. Este estado de ánimo se exterioriza por palabras duras, que si
bien pronunciadas en forma cortés y correcta hieren, no obstante, hondamente
por el tono en que las profiere. No hay nadie que pueda herir tan
dolorosamente con menos palabras que un colérico. Pero lo más agravante es que
el colérico, en la vehemencia de su ira, hace recriminaciones falsas y
exageradas, y en su apasionamiento llega a interpretar mal y tergiversar las
mejores intenciones del que se cree ofendido, y estas falsamente supuestas
ofensas las reprocha con las expresiones más amargas. La justicia con que
trata a sus semejantes hace que se enfríen sus mejores amistades.
Su ira
culmina no pocas veces en el paroxismo de la rabia y del furor; de aquí hay un
solo paso al odio reconcentrado. Los grandes insultos jamás los olvida. El
colérico en su ira y orgullo se deja llevar de acciones que el sabe muy bien
que le serán perjudiciales, por ejemplo, a su salud, trabajo, fortuna;
acciones por las cuales se verá obligado no solo a abandonar su empleo, sino
también a romper con viejas amistades. El colérico es capaz de abandonar
proyectos acariciados durante largos años, solamente por no ceder a un
capricho. Dice el P. Schram en su "Teol. mist.",II.66: "El colérico prefiere
la muerte a la humillación".
III. Hipocresía y disimulo.
La
soberbia y terquedad conducen al colérico no pocas veces a medios tan ruines
como el disimulo e hipocresía, pudiendo ser, por otra parte, muy noble y
sincero por naturaleza. No queriendo confesar una debilidad o derrota,
disimula. Al ver que sus proyectos no salen a pedir de boca, a pesar de su
empeño, no le resta más que fingir y valerse de fraudes y mentiras. El P.
Schram dice en otro lugar: "Si es castigado, no corrige sus vicios, antes
bien, los oculta".
IV. Insensibilidad y dureza.
El
colérico es, ante todo, un hombre intelectual; tiene, por decirlo así, dos
inteligencias, pero un solo corazón. Esta deficiencia en la vida sentimental
le trae no pocas ventajas. No se apesadumbra al verse privado de consolaciones
sensibles en medio de la oración y puede soportar por largo tiempo el estado
de aridez espiritual. Es ajeno a sentimientos tiernos y afectuosos y aborrece
las manifestaciones delicadas de amor y cariño que suelen nacer de las
amistades particulares. Tampoco una mal entendida compasión es capaz de
hacerle abandonar el camino del deber y de obligarle a renunciar a sus
principios. Mas esta frialdad de sentimientos tiene también sus grandes
desventajas. El colérico puede permanecer indiferente e insensible frente al
dolor ajeno y si su propio encumbramiento lo reclama, no vacila en pisotear
despiadadamente la felicidad que otros disfrutan. Sería de desear que los
superiores de índole colérica se examinaran diariamente, si no han sido tal
vez duros y exigentes con sus súbditos, particularmente con los enfermizos,
débiles de talento y remisos.
IV. Cualidades buenas del colérico
Cuando el
colérico pone su vitalidad característica al servicio del bien, llega a ser un
instrumento sumamente apto para la gloria de Dios y la salvación de las almas
redundando todo ello en su propio aprovechamiento espiritual y temporal. A
todo ello contribuye sobremanera la agudeza de su entendimiento, su
aspiración a lo noble y grande, el vigor y decisión de su varonil voluntad y
esa maravillosa amplitud y claridad de miras con que concibe sus pensamientos
y proyectos.
Con
relativa facilidad puede llegar el colérico a la santidad. Los santos
canonizados por la Iglesia, son, en su gran mayoría, coléricos o melancólicos
Un colérico sólidamente formado no siente mayores dificultades para mantenerse
recogido en la oración; pues, con la energía de su voluntad desecha fácilmente
las distracciones; y ello se explica ante todo tomando en cuenta que por
naturaleza sabe reconcentrar con gran prontitud e intensidad toda su atención
en un determinado asunto. Y esta es probablemente también la razón por que los
coléricos llegan tan fácilmente a la contemplación, o, como la llama Santa
Teresa, a la oración de la quietud. En ningún otro temperamento podrá hallarse
la contemplación propiamente dicha con tanta frecuencia como en el colérico.
El colérico bien desarrollado, es muy paciente y fuerte en sobrellevar dolores
corporales, sacrificado en los sufrimientos, constante en penitencias y
mortificaciones interiores, magnánimo y noble para con los menesterosos y
débiles, lleno de repugnancia contra todo lo vil y bajo. Y aunque la soberbia
penetre el alma del colérico, por decirlo así, en todas sus fibras hasta las
últimas ramificaciones, de modo que parezca no tener otra pasión más que la
soberbia, sabe no obstante sobrellevar y aun buscar voluntariamente las más
vergonzosas humillaciones, si seriamente aspira a la perfección. Por su
naturaleza insensible y dura tiene pocas tentaciones de concupiscencia y con
gran facilidad puede llevar una vida casta. Sin embargo, entregándose el
colérico voluntariamente al vicio de la impureza y buscando en él su
satisfacción, resultan atroces y horrendas en él las erupciones de esta
pasión.
El
colérico logra hacer grandes cosas también en su labor profesional. Por
ser su temperamento activo, se siente incitado continuamente a la actividad y
al trabajo. No puede estar desocupado y sus trabajos los hace con rapidez y
aplicación; todo le va muy bien. En sus empresas es persistente y no se
amedrenta ante dificultades. Puede colocárselo sin cuidado en puestos
difíciles y confiarle grandes cosas. En el hablar el colérico es breve y
conciso; ni es amigo de inútiles repeticiones. Esa forma breve, concisa y
firme en su hablar y presentarse da a los coléricos, que trabajan en la
educación, mucha autoridad. Las educadoras coléricas tienen algo de varonil y
no dan a sus alumnos el brazo a torcer como les pasa muchas veces a las
melancólicas indecisas. Los coléricos además saben callarse como un sepulcro.
V. De lo que el colérico tiene que observar particularmente en
su propia educación.
1. El
colérico debe sacar grandes pensamientos de la palabra de Dios
(meditación, lectura, sermón), o de la experiencia de su propia vida. Ellos
han de arraigarse bien en su alma y entusiasmarle siempre de nuevo hacia el
bien y las cosas de Dios. No hace falta que sean muchos esos pensamientos. Al
colérico San Ignacio de Loyola, le bastaba el de: "Todo para la mayor gloria
de Dios"; al colérico San Francisco Javier: "¿Qué aprovecha al hombre ganar el
mundo entero si con ello daña su alma?". Un buen pensamiento, que cautiva al
colérico le servirá de norte y guía para conducirlo, a pesar de todas las
dificultades a los pies de Jesucristo.
2. Un
colérico debe aprender a pedir diariamente a Dios con constancia y
humildad su ayuda divina. Mientras no haya aprendido esto, no adelantará mucho
en el camino a la perfección. Pues también para el colérico vale la palabra de
Cristo: "pedid y recibiréis". Y si además se venciera para pedir un
consejo y apoyo a su prójimo, aunque no fuera sino a su superior o confesor,
adelantaría aún más.
3. Un
colérico debe dejarse llevar en todo por este buen propósito: No quiero
buscar nunca mi propia persona, sino he de considerarme siempre: a)
como instrumento de Dios que El puede usar a discreción, y b) como
siervo de mi prójimo, que diariamente se sacrifica por los demás.
Debe obrar según la palabra de Cristo: "Quien entre vosotros quiera ser
el primero, sea el siervo de todos".
4. Un
colérico tiene que luchar continuamente contra el orgullo y la ira. El
orgullo es su desgracia, la humildad su salvación. Por lo tanto:
a) ¡haz sobre este punto tu examen particular por mucho años! b) ¡humíllate
por propia iniciativa ante los superiores, el prójimo y la confesión! ¡Pide
por una parte a Dios y a los que más de cerca te rodean, humillaciones, y por
otra acepta con generosidad las que te sobrevengan! Vale más para un colérico
ser humillado por otros que humillarse a sí mismo.
VI. De lo que hay que observar en la educación de un colérico.
El
colérico puede con sus facultades ser de grande utilidad a la familia, a los
que le rodean, a la comunidad y al estado. Pues ha nacido para ser jefe e
incansable organizador. El colérico bien educado va en pos de las almas
extraviadas sin descanso ni respeto humano. Propaga con constancia la buena
prensa y trabaja de buena gana a pesar de malos éxitos en el florecimiento de
las asociaciones católicas, siendo así una bendición para la Iglesia. Mas, por
otra parte, si el colérico no combate las malas cualidades de su temperamento,
la ambición y la obstinación le podrán llevar al extremo de causar como la
pólvora, grandes estragos y confusión en las asociaciones públicas y privadas.
Por lo cual, el colérico merece una esmerada educación, sin escatimar trabajos
y sacrificios, ya que son grandes los bienes que ella aporta.
1. Al
colérico hay que perfeccionarlo bien en cuanto sea posible, a fin de que
aprenda realmente algo, siendo sus aptitudes excelentes. De lo contrario,
querrá el mismo perfeccionarse más tarde, descuidando su labor profesional o,
lo que es mucho peor, envaneciéndose sobremanera de sus habilidades aunque en
realidad no haya cultivado sus aptitudes, ni en rigor haya aprendido algo.
Los
coléricos menos aprovechados de talento o con sus facultades poco
desarrolladas (en las fuerzas de sus facultades), pueden llegar, una vez
independientes o con el cargo del superior en las manos a grandes desaciertos
y amargar la vida, de los que les rodean, obstinándose en sus ordenanzas,
aunque no entiendan mucho ni tengan claros conceptos de lo que se trata. Tales
coléricos obran a menudo según aquel famoso axioma: "Sic volo, sic jubeo; stat
pro ratione voluntas". Así lo quiero, así lo ordeno; baste mi voluntad por
razón.
2. Hay
que inducir al colérico a que se deje educar voluntariamente, es decir,
a que acepte voluntaria y alegremente todo lo que se le ordena para humillar
su orgullo y refrenar su cólera. No se corregirá el colérico con un
tratamiento duro y orgulloso, antes bien, se agriará y endurecerá más; en
cambio, proponiéndole razones y motivos sobrenaturales se le podrá llevar
fácilmente a lo bueno. En la educación del colérico no hay que dejarse llevar
por la ira diciendo: "A ver si llego a romper la terquedad de este hombre". Al
contrario, hay que quedarse tranquilo y esperar a que también se tranquilice
el educando; luego, se le podrá hablar en estos términos: "Sea sensato y
déjese conducir de manera que puedan subsanarse sus faltas y ennoblecerse lo
bueno en usted".
También en
la educación del niño colérico lo principal será el sugerirle buenos
pensamientos, ponerle ante los ojos su buena voluntad, su pundonor, su
repugnancia a lo bajo, insinuarle su felicidad temporal y eterna e inducirle a
corregir bajo la dirección del educador, sus faltas y perfeccionar sus buenas
cualidades, por iniciativa propia. No conviene agriar al niño colérico con
castigos vergonzosos, sino más bien hay que persuadirlo de la necesidad y
justos motivos del castigo impuesto.
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CAPÍTULO III
EL TEMPERAMENTO SANGUÍNEO.
I. Esencia del temperamento sanguíneo.
El alma
del sanguíneo se excita rápida y vehementemente por cualquier
impresión; la reacción sigue al instante; pero la impresión queda muy
poco tiempo en el alma. El recuerdo de cosa pasadas no provoca tan
fácilmente nuevas emociones.
II. Disposiciones fundamentales del ánimo sanguíneo.
(así del bueno como del malo).
1.
Superficialidad. El sanguíneo no penetra hasta lo profundo, ni va al todo,
sino se contenta con la superficie y una parte del todo. Antes de concentrarse
en un objeto, el interés del sanguíneo ya se paraliza y desvanece por las
nuevas impresiones que le ocupan. Es amigo de trabajos fáciles, vistosos, que
no exigen demasiada labor intelectual. Y es difícil convencerle de este
defecto suyo: la superficialidad; pues siempre cree haber entendido
todas las cosas; así por ejemplo, haber comprendido bien un sermón, aunque la
mitad del mismo haya estado muy lejos de sus alcances intelectuales.
2.
Inconstancia. Por no quedarse mucho tiempo las impresiones en el alma
sanguínea de inmediato se siguen otras. Consecuencia de ello, es una gran
inconstancia, que todos los que tratan con sanguíneos han de tener en cuenta,
si no quieren desengañarse bien pronto. El sanguíneo es inconstante en su
disposición de ánimo; rápidamente pasa de la risa al lloriqueo y viceversa; es
inconstante en sus opiniones: hoy defiende con tesón lo que impugnó hace una
semana; es inconstante en sus resoluciones: al proponérsele un nuevo punto de
vista abandona sin remordimientos todos sus planes y proyectos anteriores;
esta inconstancia hace a veces sospechar que el sanguíneo no tiene carácter ni
principios.
El
sanguíneo niega esta inconstancia, puesto que aduce nuevas razones para cada
uno de estos cambios. No se fija lo bastante en que es necesario deliberar de
antemano todas sus acciones para no entregarse sin más ni más a cualquier
impresión u opinión. También en sus trabajos y diversiones es inconstante,
queriendo sobre todo la variedad; se asemeja a la abeja, que volando de flor
en flor liba de todas ellas tan solo lo mejor; o a un niño, que bien pronto se
cansa del nuevo juguete recibido en regalo de sus padres.
3.
Interés por las cosas exteriores. El sanguíneo no se concentra de buena
gana en su interior, sino que le gusta más fijar su atención en cosas
exteriores, siendo en esto justamente lo contrario del melancólico, quien, con
predilección penetra en su vida interior y en el mundo de sus pensamientos,
sin advertir lo que pasa en su exterior.
Dicho
gusto por las cosas exteriores se muestra en el interés que toma el sanguíneo
por la hermosura de la ropa de la casa, por la forma elegante del trato con
los demás. En él sobre todo son activos los 5 sentidos, al paso que el
colérico trabaja más con el entendimiento, y el melancólico con los
sentimientos. El sanguíneo todo lo tiene que ver y oír y de todo tiene que
hablar. En él llaman mucho la atención la facilidad, vivacidad e infinidad de
palabras, la cual muchas veces es para los demás una gravosa locuacidad. Por
su viva acción sensitiva tiene mucho interés para las cosas pequeñas, cualidad
favorable que más o menos falta al colérico y al melancólico.
4.
Serena concepción de la vida. El sanguíneo lo considera todo bajo su
aspecto más sereno. Como es optimista no conoce dificultades, sino que siempre
confía en el buen éxito. Y si realmente le ha salido mal alguna cosa se
consuela fácilmente y no se aflige por mucho tiempo, teniendo en cuenta este
su gozo por la vida, se explica su peculiar inclinación de burlarse de los
demás, tomarles el pelo y hacerles víctimas de sus bromas y malas jugadas;
para lo cual supone el sanguíneo como cosa natural, que los demás aguanten sus
chascos extravagantes y no puede menos que admirarse al ver que, por el
contrario, se le enfadan por sus bromas y burlas poco agradables.
5.
Carencia de pasiones arraigadas. Como se excitan tan fácilmente las
pasiones del sanguíneo, no penetran en lo profundo de su alma; y se parecen a
un fuego de paja que por un momento produce fuerte chisporroteo, y muy luego
se hunde en sí mismo; mientras que las del colérico son semejantes a un
incendio devorador. Esta carencia de afectos profundos le es de tanta mayor
utilidad cuanto que casi siempre le priva de grandes tempestades internas, y
le ayuda a servir a Dios con cierta hilaridad y sosiego, libre del
apasionamiento del colérico y de la timidez y ansiedad del melancólico.
III. Cualidades malas del sanguíneo.
1.
Vanidad y satisfacción de sí mismo. La soberbia del sanguíneo no se
manifiesta en un afán inmoderado de mandar o ergotista como en el colérico, ni
en el miedo a las humillaciones, como en el melancólico, sino en cierta
vanidad y complacencia de sí mismo. Experimenta una alegría casi pueril de sí
mismo, de su exterior, de su vestido y sus trabajos; se mira de buena gana en
el espejo o en el vidrio de puertas y ventanas. Al ser alabado se siente
feliz, y es, por consiguiente, muy adicto a la adulación. Por medio de elogios
y lisonjas fácilmente se deja inducir a las mayores necedades y aún a los más
vergonzosos pecados.
2.
Inclinación a los galanteos, la envidia y los celos. Como el sanguíneo se
muestra tan susceptible a palabras halagadoras y tan poco concentrado en sí
mismo, y dando por otra parte demasiada importancia a las cosas exteriores, se
inclina fácilmente a las amistades particulares y a los amoríos. Pero su amor
inconstante no le penetra hasta el fondo del alma.
El
sanguíneo bien educado quisiera contentarse en sus galanteos con solo las
ternuras y exteriores muestras de afecto; sin embargo, su ligereza y culpable
transigencia le arrastran a graves extravíos, frutos, las más de las veces de
su optimismo o sea de la opinión que tiene, de que el pecado no le podría
acarrear funestas consecuencias. Una mujer sanguínea de mala vida, se entrega
sin temor ni vergüenza al pecado; ni después de ello se inquieta mayormente
por los remordimientos.
La vanidad
y la inclinación a los amoríos llevan al sanguíneo a la envidia, a
los celos y a todas aquellas descabelladas concepciones, miras estrechas y
violaciones de la caridad, que la envidia y los celos traen consigo.
Por
dejarse absorber fácilmente de las exterioridades y por su propensión a las
amistades particulares, al sanguíneo le cuesta mucho ser imparcial y justo.
Los superiores y educadores sanguíneos tienen a menudo un favorito, a quien
anteponen a los demás. El sanguíneo se siente impulsado a lisonjear a
los que le agradan.
3.
Goce por la vida y afán de placeres. El sanguíneo no ama la soledad sino
que busca la compañía y conversaciones de los hombres; quiere disfrutar de la
vida y en sus diversiones puede ser muy retozón, licencioso y frívolo.
4.
Miedo a las virtudes que exigen esfuerzos. Todo lo que significa
sacrificio para el cuerpo y los sentidos le parece difícil. Cosas penosas son
para él el refrenar la vista y los oídos, el dominar la lengua y observar el
silencio. Tampoco son de su agrado la abnegación del paladar y la abstención
de manjares agradables; teme todo ejercicio de penitencia corporal. Solo un
perfecto sanguíneo logra hacer penitencia de mucho años por sus pecados
anteriores. El sanguíneo ordinario vive según el principio de que la
absolución sacramental de la penitencia borra los pecados, y tiene, por tanto,
como inútil y aún perjudicial el apesadumbrarse por las faltas pasadas
5.
Otras desventajas del temperamento sanguíneo.
a) Los
juicios del temperamento sanguíneo son con frecuencia falsos, ya porque no
averigua más que la superficie de las cosas, ni ve las dificultades de las
mismas, ya porque se muestra parcial en sus afectos de simpatía.
b) Las
empresas del sanguíneo fracasan fácilmente, pues, confiando siempre en el
buen éxito, no para mientes en las eventuales dificultades e impedimentos;
otro motivo de sus fracasos lo hallamos en su inconstancia que bien pronto y
por cualquier cosa le quita el interés. Prueba de ello es el hecho muy
significativo de que muchos de los que quiebran en sus negocios o sufren
grandes pérdidas de fortuna, son de índole sanguínea.
c) El
sanguíneo es inconstante en lo bueno. Como se entrega de buen grado a
la dirección de otros, se deja seducir con gran facilidad, cayendo en manos de
hombres perversos y livianos. El sanguíneo se entusiasma rápidamente por lo
bueno, pero bien pronto languidece su entusiasmo. Como San Pedro salta con
valor de la navecilla queriendo caminar sobre las olas del lago, mas luego le
sobreviene el temor de poderse sumergir; como San Pedro saca impetuosamente la
espada en favor de su maestro para huir poco después; como San Pedro se junta
con la mejor intención a los enemigos de Cristo y entre ellos muy luego le
niega tres veces.
d) Por
disipar siempre su corazón y ser enemigo de todo recogimiento y de cualquier
reflexión profunda sobre sí propio y sobre su modo de obrar no alcanza un
suficiente conocimiento de sí mismo.
e) La
vida de oración del sanguíneo padece detrimento con estas tres
dificultades: La primera, surge en las así llamadas oraciones interiores,
en las cuales se requieren reflexiones más largas y tranquilas: es decir, en
la meditación, la lectura espiritual y el examen particular. Luego la
distracción, fácilmente provocada por la viveza de sus sentidos y la
intranquilidad de su fantasía, le impide llegar a una concentración más
profunda y duradera en Dios. Finalmente, da en sus oraciones excesiva
importancia a los sentimientos y al consuelo sensible, lo cual, en
tiempo de aridez le quita el gusto por la piedad.
IV. Cualidades buenas del sanguíneo.
1. El
sanguíneo tiene muchas cualidades por las cuales puede llevarse bien con sus
semejantes y hacérseles simpático.
a) Bien
pronto conocido en todas partes es confiado y locuaz con todas las gentes
y se comunica fácilmente con personas desconocidas.
b) Es
afable y alegre en sus palabras y conducta y sabe entretener
divertidamente a los que le rodean refiriendo interesantes narraciones, bromas
y agudezas.
c) Es muy
atento y obsequioso. No presta un beneficio con la frialdad del
colérico, ni con corazón tan afectuoso, como el melancólico, sino que lo hace
de una manera tan alegre y serena que con gusto se le acepta el favor.
d) Se
muestra sensible y compasivo en las desgracias de su prójimo siempre
dispuesto a ayudarle en su congoja con palabras serenas y alentadoras.
e) Posee
el don especial de hacer notar los defectos del prójimo, sin que este se
sienta herido, ni le cuesta mucho dirigirle una reprensión. Si a alguno
se le han de comunicar cosas desagradables conviene preparar el terreno por
intermedio de un sanguíneo.
f) Es
verdad que, al ser ofendido, se enciende rápidamente y su ira prorrumpe
a veces en expresiones ruidosas y casi indeliberadas; pero después de haberse
desahogado, lo olvida todo, sin guardar rencor a nadie.
2. El
sanguíneo tiene muchas cualidades que le hacen simpático a sus superiores.
a) El
sanguíneo es dócil y sumiso; por lo cual, la virtud de la obediencia,
que generalmente se tiene por difícil de guardar no le acarrea mayores
dificultades.
b) Es
sincero y sin mayor sacrificio sabe desahogarse ante los superiores
respecto a sus dificultades, estado de ánimo y aún sus pecados vergonzosos.
c) Si es
castigado no guarda rencores; pues la obstinación le es desconocida.
Los súbditos sanguíneos no causan mayores dificultades al superior. No
obstante tenga este cuidado con ellos; puesto que los tales pueden
corresponderle con la adulación; lo cual pone en peligro la paz de la vida
común. Ni tampoco muestre el superior mayor preferencia por un sanguíneo que
por los coléricos y melancólicos, ni reprenda a estos últimos, por ser ellos
tan reservados y por no poder expresarse ni desahogarse tan fácilmente.
V. De lo que tiene que observar el sanguíneo en su
auto-educación.
1. El
sanguíneo ha de aprender a reflexionar mucho, así en los asuntos
espirituales como en los materiales. Con especial esmero cultivará los
ejercicios de piedad que requieren reflexión, como son la meditación matutina,
la lectura espiritual, el examen particular, la meditación en el rezo del
Rosario y frecuentes actos de la presencia de Dios. La disipación significa
la ruina para el sanguíneo, al paso que el recogimiento y el cultivo de la
vida interior son su salvación. Al ocuparse en sus negocios deberá decirse
siempre: No creas haber deliberado lo bastante el asunto - considera todos
sus puntos y detalles - toma en cuenta las dificultades, que casualmente te
sobrevinieren - no seas demasiado confiado, ni optimista.
2. El
sanguíneo ha de ejercitarse diariamente en la mortificación de los sentidos,
dominar la vista, los oídos y la lengua, endurecer su tacto, preservar su
paladar de las golosinas, etc.
3. El
sanguíneo deberá seguir las instrucciones de los buenos (no de los malos) y
aceptar por lo tanto su ayuda y sus consejos en la dirección espiritual.
Dice Schram (op. cit. p. 68): "Bien protegidos los sanguíneos llegarán a la
santidad". Una fuerte muralla de amparo se la ofrecerá un horario bien
regulado; y en la vida común la observancia de la regla de la casa o de la
orden a que pertenece.
4. La
aridez de larga duración es para el sanguíneo una prueba particularmente
saludable porque en ella se purifica su malsana vida sentimental.
5. El
sanguíneo debe perfeccionar además sus buenas cualidades, como la
caridad al prójimo, la obediencia, la sinceridad, la alegría del alma; y estas
buenas cualidades las ha de ennoblecer por medio de las intenciones
sobrenaturales. Combatirá sin descanso aquellas faltas a las cuales se inclina
más su naturaleza, es decir: la complacencia de sí mismo, la predilección por
las amistades particulares, la sensualidad, los celos, la ligereza,
superficialidad e inconstancia.
VI. Observaciones acerca de la educación y del trato con los
sanguíneos.
La
educación y el trato con los sanguíneos es relativamente fácil. Se le tendrá
reducido a estrecha vigilancia; se insistirá en que no deje sin acabar los
trabajos comenzados. No se deberá dar demasiado crédito a sus palabras,
propósitos y promesas; hay que fijarse además en el cuidado que puso en sus
trabajos; nunca se le deberá tolerar una lisonja de su parte, ni anteponerle a
los demás por su carácter atento. Por fin, téngase presente que el sanguíneo
no guarda en sus adentros lo que se le haya dicho o lo que él haya observado
en nosotros, sino que todo lo ha de comunicar a los demás. Por lo tanto, se
deliberará bien todo antes de hacerlo confidente.
En la
educación de un niño sanguíneo se tendrán en cuenta los puntos
siguientes:
1.
Conducirlo con severidad a la abnegación de sí mismo, y en particular,
al perfecto dominio sobre sus sentidos, a la tenaz perseverancia en sus
trabajos y a la observancia del buen orden.
2.
Reducirlo a estrecha vigilancia y dirección; preservarlo cuidadosamente
de las malas compañías (ya que con tanta facilidad se deja seducir).
3. No
contrariarle ni quitarle su jovialidad; manteniéndole no obstante, en sus
justos límites.
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CAPÍTULO IV
EL TEMPERAMENTO MELANCÓLICO
I. Esencia del temperamento melancólico.
El alma
del melancólico se excita débilmente por influencias externas; y su
reacción, si es que reacciona, es asimismo débil. Pero tal excitación,
aunque siempre débil, permanece largo tiempo en el alma; y favorecida
por nuevas impresiones, que se repiten en el mismo sentido, ahonda más y más
hasta apoderarse y mover con violencia el alma, y no dejarse arrancar luego
sin dificultad. Las impresiones en el alma del melancólico se parecen a un
poste, que, a fuerza de martillazos, se va hundiendo en la dura tierra pero
creciente tensión, fijándose con tanta firmeza, que no es fácil arrancarlo.
Esta nota característica del melancólico merece especial atención, puesto que
nos da la clave para llegar al conocimiento de muchas cosas que en la conducta
del melancólico nos parecen inexplicables.
II. Principales disposiciones de ánimo del melancólico.
1.
Propensión a la reflexión.
En su modo
de razonar, el melancólico se detiene demasiado en todos los antecedentes
hasta las causas últimas. Como se da de buena gana a la consideración de lo
pasado, siempre vuelve a recordar los acontecimientos tiempo ha transcurridos.
Su pensamiento tiende hacia lo profundo; no se queda en la superficie, sino
que siguiendo las causas y la conexión de las cosas, indaga las leyes activas
de la vida humana, los principios según los cuales ha de obrar el hombre; sus
pensamientos, por fin, se extienden a un vasto campo, penetran en el porvenir
y se elevan hasta lo eterno.
El
melancólico posee un corazón lleno de abundantes y tiernos afectos, en
el cual siente en cierto modo lo que piensa. Sus reflexiones van acompañadas
de un misterioso anhelo. Al meditar sobre sus planes y particularmente sobre
asuntos religiosos, se siente conmovido en su interior, y aun profundamente
agitado. Pero apenas deja traslucir en su exterior estas oleadas de violenta
emoción.
El
melancólico sin formación incurre fácilmente en un cavilar y soñar despierto,
porque no es capaz de resolver las múltiples dificultades que de todas partes
le asedian.
2.
Amor a la soledad.
A la
larga, el melancólico no se siente bien en la compañía de los hombres.
Prefiere el silencio y la soledad. Encerrándose en sí mismo, se aísla de lo
que le rodea y emplea mal sus sentidos. En presencia de otros se distrae
fácilmente y no escucha ni atiende, por ocuparse con sus propias ideas. A
causa del mal uso que hace de sus sentidos no se fija en las personas, como si
estuviera soñando, ni siquiera saluda a sus amigos en la calle. Semejante
desatención y soñar a ojos abiertos le acarrean mil contrariedades en sus
tareas y vida cotidiana.
3.
Seria concepción de la vida e inclinación a la tristeza.
El
melancólico siempre considera las cosas en su aspecto más negro y adverso. En
lo íntimo de su corazón se halla de continuo cierta suave melancolía, cierto
"llorar interno"; lo cual no proviene, como afirman algunos, de una enfermedad
o disposición morbosa, sino de un profundo y vivo impulso que el melancólico
siente en sí hacia Dios y lo eterno, y al cual no puede corresponder, atado
como está a la tierra por el peso y las cadenas de la materia. Viéndose
ausente de su verdadera patria y teniéndose por peregrino en este mundo,
siente nostalgia por la eternidad.
4.
Propensión a la quietud.
El
temperamento melancólico es un temperamento pasivo.
El
melancólico no conoce el proceder acelerado, impulsivo y laborioso del
colérico y del sanguíneo; es más bien lento, reflexivo y cauto; ni es fácil
empujarlo a acciones rápidas; en una palabra, en el melancólico se nota una
marcada inclinación a la quietud, a la pasividad. Desde este punto de vista,
podrá explicarse también su miedo a los sufrimientos y su temor a los
esfuerzos interiores y a la abnegación de sí mismo.
III. Especiales particularidades del melancólico.
1. El
melancólico es muy reservado.
El
melancólico difícilmente se acerca a personas extrañas, ni entra en
conversación con desconocidos. Revela su interior con suma reserva, y las más
de las veces solo a los que tiene más confianza; y entonces no halla la
palabra conveniente para declarar la disposición de su alma, porque de hecho
experimenta grande alivio pudiendo comunicar a un hombre que le entienda los
tristes y sombríos pensamientos que pesan sobre su alma. Pero hasta llegar a
tal coloquio ha de superar numerosas dificultades, y en el mismo discurso será
tan torpe que, a pesar de su buena voluntad, no encontrará la calma. Tales
experiencias le hacen todavía más reservado. Un educador ha de conocer y tener
en cuenta esta nota característica del melancólico; de lo contrario, tratará a
sus educandos melancólicos con gran injusticia. Por lo general, al melancólico
le cuesta mucho el confesarse, no así al sanguíneo. El melancólico quisiera
desahogarse por medio de un coloquio espiritual, pero no puede; el
colérico pudiera expresarse, pero no quiere.
2. El
melancólico es irresoluto.
Por sus
demasiadas reflexiones, por su temor a las dificultades, por su miedo de que
le salga mal el plan o el trabajo a emprender, el melancólico no acaba de
resolverse. Difiere de buena gana la decisión de un asunto, el despacho de un
negocio. Lo que pudiera hacer en el instante, lo reserva para mañana o pasado,
para la semana siguiente; luego se olvida de ello, y así le sucede pasar meses
enteros en lo que pudiera hacer en una hora. El melancólico nunca acaba con
una cosa. Muchos necesitan largos años hasta poner en claro su vocación
religiosa y tomar el hábito. El melancólico es el hombre de las oportunidades
perdidas. Mientras los demás están ya al otro lado del foso, él se está
pensando y reflexionando, sin atreverse a dar el salto. Descubriendo en sus
cavilaciones varios caminos que conducen a la misma meta, y no pudiendo
decidirse sin gran dificultad a un determinado camino, fácilmente concede la
razón a los demás, ni persiste con terquedad en sus opiniones propias.
3. El
melancólico se desanima.
Al
comenzar un trabajo, al ejecutar un encargo desagradable, al internarse en un
terreno desacostumbrado, muestra el melancólico desaliento y timidez.
Dispone de una firme voluntad, ni le falta talento y vigor, pero sí le faltan
muy a menudo valor y ánimo suficientes. Por eso se dice
con razón: "Al melancólico hay que tirarlo al agua para que aprenda a
nadar". Si en sus empresas se le atravesaran algunas dificultades, aunque de
poca monta, pierde el ánimo, y quisiera dejarlo y abandonarlo todo, en
vez de sobreponerse, de compensar y reparar los fracasos padecidos, redoblando
sus esfuerzos.
4. El
melancólico es lento y pesado.
El
melancólico es lento:
a) En su
pensar: tiene que considerar todo con atención y examinarlo seriamente,
hasta formarse un juicio discreto.
b) En su
modo de hablar cuando se ve obligado a contestar apuradamente, o
a hablar en un estado de perplejidad, o cuando teme que de sus palabras
pudieran depender graves consecuencias, se intranquiliza, no encuentra la
respuesta adecuada, la cual es a veces aun falsa e insuficiente. Su pesadumbre
de espíritu es tal vez la causa por que el melancólico tropieza con frecuencia
en sus palabras, deja sin acabar sus frases, emplea una mala sintaxis y anda
en busca de la propiedad de expresión.
c) En
sus trabajos: trabaja esmerada y sólidamente, pero solo, sin empujes, y
con mucho tiempo. El mismo, sin embargo, no se cree lento en sus trabajos.
5. El
orgullo del melancólico.
Tiene su
aspecto muy peculiar. El melancólico no aspira a honores; tiene, por el
contrario, cierto miedo de mostrarse en público y de aceptar alabanzas. Teme
mucho los bochornos y las humillaciones. Se retrae a menudo excitando
de este modo las apariencias de modestia y humildad; pero en realidad, no es
ella una prudente reserva, sino más bien cierto temor a la humillación. En los
trabajos, las colocaciones y oficios cede la presidencia a otras personas
menos aprovechadas y aun incapaces; sintiéndose, sin embargo, herido en su
corazón por no habérsele respetado y apreciado lo bastante sus talentos. El
melancólico, si quiere realmente llegar a la perfección, ha de dirigir
especialísima atención hacia este despecho, arraigado en lo más profundo de su
corazón y fruto de la soberbia, como también hacia su sensibilidad y
susceptibilidad a las más pequeñas humillaciones.
De lo
hasta aquí dicho síguese que es muy difícil tratar con melancólicos; pues por
sus particularidades no los apreciamos en su justo punto, ni los sabemos
tratar con acierto. Al sentir esto el melancólico se vuelve aún más serio y
solitario. El melancólico tiene pocos amigos, porque no son muchos los que le
comprenden y los que gozan de su confianza.
IV. Cualidades buenas del melancólico.
1. El
melancólico practica con facilidad y gusto la oración mental.
La seria
concepción de la vida, el amor a la soledad, la inclinación a reflexionar, le
son al melancólico de todo punto provechosos para conseguir una gran intimidad
en su vida de oración. El melancólico posee, por decirlo así, una natural
disposición a la piedad. Contemplando las cosas terrenas, piensa en lo eterno;
caminando en la tierra, el cielo le atrae. Muchos santos tuvieron un
temperamento melancólico. Con todo, también el melancólico encuentra
precisamente en su temperamento una dificultad para la oración. Porque,
desanimándose en las adversidades y sufrimientos, le falta la confianza en
Dios y así se distrae con sus negros pensamientos de pusilanimidad y
tristeza.
2. En
el trato con Dios, halla una profunda e indecible paz.
Nadie
mejor que el melancólico entiende la palabra de San Agustín: "Nos has creado
para Ti, oh Dios e inquieto está nuestro corazón hasta que descansare en Ti".
El corazón blando y lleno de afectos del melancólico siente en el trato con
Dios una inmensa felicidad, la cual conserva también en sus sufrimientos caso
de tener suficiente confianza en Dios y amor al Crucificado.
3. El
melancólico es a menudo un gran bienhechor de la humanidad.
El
melancólico es para los demás un guía en el camino hacia Dios, un buen
consejero en las dificultades, un superior prudente, benévolo y digno de
confianza. Las necesidades de sus cohermanos le despiertan extremada
conmiseración, junto con un gran deseo de ayudarles; y cuando la confianza
en Dios le alienta y le apoya, sabe hacer grandes sacrificios en bien de su
prójimo, quedándose él mismo firme e imperturbable en la lucha por sus
ideales. Schubert en su "Ciencia del alma humana", dice respecto al natural
melancólico: Esta ha sido la forma predominante del alma de los poetas y
artistas más sublimes, de los pensadores más profundos, de los inventores y
legisladores más geniales y sobre todo de aquellos espíritus, que abrieron a
su siglo y a su pueblo el acceso a un mundo feliz y superior, al cual levantó
él mismo su propia alma atraído por inextinguible nostalgia".
V. Cualidades malas del melancólico.
1. Los
melancólicos incurren por sus pecados en temibles angustias.
Penetrando
más que otros en lo profundo del alma por el anhelo hacia Dios, el melancólico
se resiente muy en particular del pecado. Más que nada le abate el pensamiento
de estar separado de Dios por el pecado mortal. Y si alguna vez cae
profundamente, no llega a levantarse sino con gran dificultad; ya que le
cuesta mucho el confesarse por la humillación, a que se debe someter. El
melancólico vive asimismo en constante peligro de recaer en el pecado; pues,
de continuo cavilando sobre sus pecados pasados, le causan estos siempre
nuevas y graves tentaciones; en las cuales de buen grado se deja llevar de
sensiblerías y tristes sentimientos, que aumentan más la fuerza de la
tentación. La obstinación en el pecado o la recaída en él le sumergen en una
profunda y prolongada tristeza que poco a poco le va privando de la
confianza en Dios y en sí mismo. Entonces es víctima de semejantes
pensamientos: no tengo las fuerzas necesarias para levantarme; ni Dios me
envía para ello su auxilio oportuno; Dios ya no me quiere, y, por el
contrario, busca de condenarme. Este estado puede llegar a convertirse en
cansancio de la vida. El melancólico quisiera morir; pero teme la muerte.
Por fin su infeliz corazón se rebela contra Dios, haciéndole amargos reproches
y sintiendo en sí la excitación del odio y de la maledicencia contra su
Creador.
2. Los
melancólicos sin confianza en Dios ni amor a la cruz son arrastrados en medio
de sus sufrimientos a un excesivo desaliento, y pasividad y aún a la
desesperación.
Si los
melancólicos tienen confianza en Dios y amor a la cruz se acercarán a Dios y
se santificarán precisamente por los padecimientos, como enfermedades,
fracasos, calumnias, tratos injustos, etc. Pero si les faltaran estas dos
virtudes, su causa andará muy mal. Les sobrevendrán penas, tal vez muy
insignificantes, y entonces se entristecerán deprimidos, enfadados y
desazonados. No hablarán nada o muy poco y esto harto de mala gana y con cara
hosca; huirán de la compañía de los hombres y llorarán de continuo. Muy pronto
se les acabará el ánimo para seguir sus trabajos, perderán el gozo en su vida
profesional encontrando su mayor complacencia en verlo todo negro. Su continua
disposición de ánimo será: en las 24 horas del largo día no conozco más que
dolores y penas. Este estado puede llegar a convertirse en formal melancolía y
desesperación.
3. Los
melancólicos que se abandonan a sus sentimientos de tristeza, incurren en
muchas faltas contra la caridad y llegan a ser gravosos para sus prójimos.
a) El
melancólico pierde fácilmente la confianza a sus semejantes, en particular
a sus superiores y al confesor; y esto solo por algunos defectos
insignificantes que en ellos descubre, o porque recibe de parte de los mismos
algunas leves reprensiones.
b)
Interiormente se subleva e indigna con vehemencia por cualquier
desorden e injusticia que nota. El motivo de su indignación puede a
menudo justificarse, pero no así el grado de su enojo; en eso va
demasiado lejos.
c)
Difícilmente podrá olvidar las ofensas; de las primeras hace al principio caso
omiso; pero si llegaran a repetirse las desatenciones, penetrarán estas hasta
lo más profundo de su alma, excitándole un dolor difícil de superar, y
despertándole hondos sentimientos de desquite. Gota a gota y no de repente va
infiltrándose en el melancólico el virus de la antipatía hacia aquellas
personas, de las cuales tiene que sufrir mucho o en las cuales encuentre algo
que criticar. Semejante aversión llega a ser tan vehemente, que apenas se
digna mirar a las tales personas, o dirigirles la palabra, llenándole al fin
de disgusto y nerviosidad su solo recuerdo. De ordinario no se desvanece esta
antipatía, sino cuando el melancólico está separado y lejos de tal o cual
persona, y entonces solo después de transcurridos meses y aún años enteros.
d) El
melancólico es muy desconfiado.
Raras
veces confía en un hombre, temiendo siempre que no se busque su bien. De este
modo tiene a menudo y sin motivo alguno duras e injustas sospechas de su
prójimo; se imagina en él malas intenciones y tiene miedo a peligros que no
existen.
e) Lo
ve todo negro: Al melancólico le gusta lamentarse en sus conversaciones,
llamar siempre la atención sobre el lado serio, quejarse luego con regularidad
de la malicia de los hombres, de los tiempos aciagos que corren y de la
decadencia de las buenas costumbres. Su estribillo es: Vamos de mal en peor.
También en las adversidades, los fracasos y ofensas considera y juzga las
cosas peores de lo que son en realidad. Como consecuencia síguese a veces una
exagerada tristeza, un grande e infundado enojo hacia los demás, cavilaciones
varias sobre injusticias reales o sospechadas; todo lo cual dura días y
semanas.
Los
melancólicos que se abandonan a esta inclinación de ver en todo lo obscuro y
tétrico llegarán a ser pesimistas es decir hombres que en todas partes
esperan el mal éxito; hipocondríacos, esto es hombres que en pequeños
padecimientos corporales se lamentan continuamente temiendo siempre
enfermedades peligrosas; misántropos, hombres, que, adoleciendo de
esquivez y odio al hombre, manifiestan aversión al trato humano.
f) Una
dificultad particular tiene el melancólico en la corrección y reprensión de
los demás. Como ya se ha dicho, el melancólico se indigna sobremanera al notar
desórdenes e injusticias y se siente obligado a intervenir contra estos
trastornos, aunque muchas veces no tenga ni ánimo ni habilidad
para tales reconvenciones. Antes de dirigir la reprensión medita detenidamente
el modo del proceso y las palabras que ha de emplear; pero en el momento en
que tiene que hablar, le quedan las palabras en la garganta o da la
reconvención tan cautamente, con tanta ternura y reserva que apenas merece el
nombre de reprimenda. En toda su conducta se nota cuán difícil le es castigar
a otros. Y cuando el melancólico quiere dominar esta su timidez, incurre
fácilmente en el extremo contrario de dirigir la reconvención con enojo y
nerviosidad o prorrumpir en palabras demasiado severas; no alcanzando de esta
suerte ningún fruto verdadero. Esta dificultad es la cruz pesada de los
superiores melancólicos. No saben encauzar a nadie y acumulan por eso
mucho enojo y dejan echar raíces a muchos desórdenes, aunque su conciencia les
amoneste a oponerse a estos trastornos. Asimismo tienen con frecuencia los
educadores melancólicos la gran debilidad de callar demasiado ante las faltas
de sus subalternos y al reprenderlos luego, lo hacen grosera y ruidosamente,
y, en vez de animar a los educandos, los desaniman y paralizan en su
formación.
VI. ¿Cómo debe educarse a sí mismo el melancólico?
1. El
melancólico tiene que fomentar en sí grande confianza en Dios y amor a los
sufrimientos. De esto dependerá todo. La confianza y el amor a la cruz son
los dos pilares, con los cuales se mantendrá en pie con tal firmeza que ni en
las pruebas más graves ha de sucumbir a los lados flacos de su temperamento.
La desgracia del melancólico está en que no lleva su cruz; siendo su salvación
el aceptarla con gusto y alegría (no a la fuerza). Por lo cual, el melancólico
debe tener mucho ante la consideración la divina Providencia, la bondad del
Padre celestial, que envía las penas para nuestro bien, y abrigar asimismo una
tierna devoción a la Pasión de Cristo y a la Madre dolorosa.
2. Si le
sobrevienen afectos de antipatía o simpatía, de desaliento, desconfianza,
abatimiento, ha de resistir desde el principio, a fin de que estas malas
impresiones no penetren demasiado en su alma.
3. Al
sentirse triste debe decirse siempre el melancólico: No está tan mal como
te lo imaginas; ves las cosa demasiado negras.
4. El
melancólico debe estar siempre bien ocupado; para no dar tiempo a las
cavilaciones. El trabajo asiduo lo supera todo.
5. El
melancólico cultivará las buenas cualidades de su temperamento, en particular
la inclinación a la vida interior y la compasión por las desgracias de los
hombres; pero al mismo tiempo combatirá constantemente sus particularidades y
lados flacos, indicados más arriba.
6. Santa
Teresa, en un capítulo especial sobre el tratamiento de melancólicos mal
dispuestos dice: "Con muy poca atención se podrá ver que se inclinan de un
modo particular a imponer su voluntad, a proferir todo lo que les viene a la
mente, a detener la consideración en las faltas de otros, para ocultar las
propias, y a buscar su satisfacción y su paz en su propio capricho". Santa
Teresa señala aquí dos puntos en los cuales debe fijarse particularmente el
melancólico en su autoeducación. Con mucha frecuencia está el melancólico tan
excitado, tan lleno de amarguras y congojas, porque sus pensamientos no se
ocupan sino en las faltas de los demás y porque todo lo quisiera según su
voluntad y gusto. El melancólico puede caer en el mal humor y desaliento,
cuando las cosas no marchan aún en las más mínimas pequeñeces, como él
quisiera. Por lo cual pregúntese el melancólico siempre que se vea invadido de
la tristeza: ¿No te has detenido nuevamente y en demasía en las faltas de tu
prójimo? Deja hacer a los demás lo que quieran. ¿O no resultó tal vez tal o
cual cosa según tu deseo y voluntad? Convéncete de una vez por todas de la
verdad de las palabras de la Imitación de Cristo: ¿Por qué te turbas si no te
sucede lo que quieres y deseas? ¿Quién es el que tiene todas las cosas a
medida de su voluntad? Por cierto, ni yo, ni tu, ni hombre alguno sobre la
tierra. Ningún hombre hay en el mundo sin tribulación o angustia, aunque sea
rey o Papa. Pues ¿quién es el que está mejor? Ciertamente, el que puede
padecer algo por Dios. (Im. I, 22).
VII. De lo que hay que observar en el tratamiento y educación
de un melancólico.
a) Hay que
tratar de comprender al melancólico. Los melancólicos presentan muchos
enigmas en su conducta para aquel que no conoce las propiedades del
temperamento melancólico. Por consiguiente hay que estudiarlo y a la vez
esforzarse por averiguar en qué forma se caracteriza en la persona interesada.
Sin esos conocimientos se cometerán graves faltas en el trato con
melancólicos.
b) Trátese
de ganar la confianza del melancólico. Lo cual no es fácil, por cierto,
y solo se logra dándole en todo buen ejemplo y buscando sinceramente su
bien. Como se abre al brillo del sol un brote cerrado, así se abre el alma
melancólica, cuando la alumbran los rayos solares de la bondad y de la
caridad.
c)
Alentar siempre al melancólico.
Reprensiones ásperas, brusquedad de trato y dureza de corazón le abaten y
paralizan las fuerzas. Palabras atentas y alentadoras, paciencia sufrida y
constante le dan ánimo y fortaleza. El melancólico se muestra muy agradecido
por tal amabilidad.
d) Se debe
exhortar al melancólico al trabajo; pero sin aplastarlo por eso.
e) Como
toman todo demasiado a pecho y trabajan mucho con sus sentimientos y corazón,
están los melancólicos muy expuestos al peligro de debilitar sus nervios, por
lo cual debe preocuparse que súbditos melancólicos no agoten completamente las
fuerzas de sus nervios; pues gastados estos caerán en un estado lamentable de
postración, y no se aliviarán sino con grandes dificultades.
2.
También en la educación del niño melancólico hay que fijarse de
tratarlo con afabilidad, de animarlo e impulsarlo al trabajo. Acostúmbresele
además, a expresarse bien en sus conversaciones, a emplear bien sus sentidos y
a cultivar la piedad. Es digno de especial atención el castigo del niño
melancólico; pues los desaciertos tienen sobre todo en este punto funestas
consecuencias, haciéndolo sobremanera terco y reservado. Por eso castíguesele
con gran prudencia y bondad, evitando lo más posible las apariencias de
injusticia.
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CAPÍTULO V
EL TEMPERAMENTO FLEMÁTICO
I. Esencia del temperamento flemático.
Las varias
impresiones provocan tan solo una excitación débil en el alma del flemático,
si es que en algún modo la afectan. La reacción es asimismo débil, si no llega
a faltar por completo. Las impresiones desaparecen pronto.
2.
Disposiciones fundamentales de ánimo del flemático.
a) El
flemático no se interesa mayormente por lo que pasa fuera de él.
b) Muestra
pocas ganas por el trabajo; da, sin embargo, gran preferencia al descanso.
Todo anda y se desenvuelve en él muy quedo.
3.
Cualidades buenas.
a) El
flemático trabaja despacio, pero asiduamente, con tal que no tenga que pensar
mucho en su trabajo.
b) No se
irrita fácilmente ni por insultos, fracasos o dolencias. Permanece tranquilo,
cachazudo, discreto y tiene un juicio práctico y sobrio.
c) No
conoce mayores pasiones, ni grandes exigencias por la vida.
4.
Cualidades malas:
a) Es muy
propenso a descansar, al comer y beber, siendo además perezoso (lerdo) y
negligente en el cumplimiento de sus obligaciones.
b) No
tiene energía, ni se propone un elevado ideal, siquiera sea en su devoción.
5. Es
sumamente difícil educar a niños flemáticos; pues se dejan conmover
poco por sensaciones exteriores y por naturaleza ya se inclinan a la
pasividad. Es menester explicarles todo, hasta en sus detalles; repitiéndoselo
mil veces, para que al menos comprendan algo; hay que acostumbrarlos además
con gran paciencia y cariño, a una vida bien ordenada. La aplicación del
castigo corporal, trae consigo menos peligro y aporta mayores frutos en la
educación de niños flemáticos, que en la de otros, sobre todo coléricos y
melancólicos.
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CAPÍTULO VI
TEMPERAMENTOS MIXTOS
La mayor
parte de los hombres tienen un temperamento mixto. Predomina en los tales un
temperamento principal (el colérico p.e.), cuyas disposiciones fundamentales,
sin embargo, cuyas cualidades buenas y malas se atenúan o acentúan bajo el
influjo de otro temperamento. Por lo general vale más tener un temperamento
mixto que puro; pues la mezcla suaviza la estrecha y vigorosa índole del
predominante. Para facilitar el conocimiento del propio temperamento bueno será
tratar brevemente las mezclas siguientes:
1. El
temperamento colérico - sanguíneo.
En él la
excitación es instantánea, como asimismo la reacción; la impresión, en cambio,
no es tan duradera como en el temperamento netamente colérico. La soberbia de
este se mezcla con vanidad, su ira y terquedad se templan y moderan, su corazón
se ablanda. Resulta, por tanto, una mezcla muy feliz.
2. El
temperamento sanguíneo - colérico.
Se parece al
colérico - sanguíneo; con la sola diferencia de que aquí los distintivos del
sanguíneo pasan a primer plano y los del colérico al segundo. La excitación y la
reacción se siguen inmediatamente y con vehemencia, mientras que la impresión no
se pierde tan pronto como en el temperamento puramente sanguíneo, si bien no va
tan a fondo como en el colérico puro. Los defectos del sanguíneo, como su
ligereza, superficialidad, distracción y locuacidad, están mejorados por la
seriedad y firmeza del temperamento colérico.
3. El
temperamento colérico - melancólico y el melancólico - colérico.
Aquí entran
en unión dos temperamentos serios y apasionados: el orgullo, la terquedad y la
ira del colérico con el carácter gruñón, rudo y taciturno del melancólico. El
hombre provisto de semejante mezcla de temperamentos necesita mucho dominio
sobre sí mismo, a fin de alcanzar la paz del alma y de no ser cargoso a los que
viven y trabajan con él.
4. El
temperamento melancólico - sanguíneo.
Se
caracteriza por una débil susceptibilidad de impresiones, por una reacción
igualmente débil y una impresión no tan duradera como en el temperamento
melancólico. El temperamento sanguíneo comunica al melancólico algo de su
movilidad, alegría y serenidad. Los melancólicos con un colorido sanguíneo son
aquellas buenas gentes y almas de Dios incapaces de ofender a nadie y siempre
emocionadas; las cuales, por otra parte, pecan por falta de fuerza y energía.
Parecido es el temperamento sanguíneo - melancólico; solo que en esta mezcla
resalta más la superficialidad y la inconstancia del sanguíneo.
5. El
temperamento melancólico - flemático.
Hombres de
tal índole se prestan mejor para la vida común que los puramente melancólicos.
Les falta lo gruñón, hosco y cavilador del melancólico, lo cual se reemplaza por
el sosiego y la insensibilidad del flemático. Estas personas no se escandalizan
tan fácilmente, saben soportar insultos y en sus trabajos saben mantenerse
tranquilas y constantes.
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