Sed de justicia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. (Mt 5,6).
Comentario:
Aquí la palabra justicia se entiende con el significado que tenía en los tiempos de Jesús y en toda la Escritura, es decir, como “santidad”. Es decir, que felices los que quieren llegar a ser santos, llegar a la perfección porque lo lograrán con creces. Aquí el Señor nos dice que debemos tratar de ser buenos, de ser santos, y que seremos felices porque lo lograremos, si es que nuestro deseo es grande, por eso el Señor dice que debemos tener “hambre y sed de santidad”. Hagamos el esfuerzo de ser santos, de ser buenos y, no sólo tendremos el premio eterno de la felicidad sin fin en el Cielo, sino que ya desde aquí de la tierra viviremos felices a pesar de las cruces que todo cristiano debe llevar para santificarse.
Jesús, María, os amo, salvad las almas.
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"Jesús, en el Tabor, se manifestó con toda su majestad y con toda su gloria a sus tres discípulos preferidos. De la nube luminosa que los envolvía resonó repentinamente una voz, la voz del Padre celestial: «Este es mi Hijo muy amado, en quien he puesto mis complacencias: escuchadlo».
Otro hecho evangélico.
Sucedió en las bodas de Caná. La delicadeza atenta de Nuestra Señora acaba de adivinar el aprieto de quienes la han invitado. Ella, y Ella sola, conoce la omnipotencia de Jesús. Y va a abogar por la causa de sus amigos. «Hijo, no tienen vino». A primera vista Jesús parece desechar el pedido; en realidad, y como siempre, la oración de su Madre va a ser escuchada. María lo ha comprendido enseguida. Apaciblemente dice a los servidores: «Haced lo que El os diga».
Nadie podrá dudar de que el deseo más ardiente de la Santísima Virgen es vernos cumplir los mandamientos de Dios, realizar sus voluntades, seguir los consejos y prescripciones de Jesús.
Por eso es evidente que la voluntad de María es que nosotros cumplamos las voluntades de su Hijo, y respetemos todos sus consejos y deseos.
Según este Evangelio de Jesús y de María queremos vivir, según él queremos pensar, juzgar y obrar en todas las cosas, a fin de ser los verdaderos hijos y esclavos de amor de nuestra divina Madre.
¡Dígnese Ella misma concedernos las gracias abundantes que se requieren para este fin!
Pero para conformar nuestras miras y nuestra vida a este santo Evangelio, debemos leerlo, estudiarlo y meditarlo asiduamente.
Desde este punto de vista hay lagunas terribles en muchos cristianos.
Tratemos de colmar este vacío deplorable, y hagamos de modo que, por todos los medios humanos y divinos, la palabra de Dios no sea para nosotros palabra muerta.
El Evangelio debe ser nuestro primer manual, tanto para la meditación como para la lectura espiritual. Es maravilloso ver cómo ciertas almas, incluso poco instruidas, con la gracia de Dios, descubren en los textos evangélicos luces y riquezas increíbles para su vida de cada día."