Actualizado el miércoles 21/AGO/24

Milagro Eucarístico

DEVOCIÓN CONSTANTE 

Año 1300, Cebrero (España) 

En el territorio de la diócesis de Lugo, en Galicia, llamado El Cebrero, priorato de Benedictos, aconteció cerca de los años de mil y trescientos, que había un vecino y vasallo del Cebrero en un pueblo distante media legua del llamado Barja Mayor, el cual tenía tanta devoción al santo sacrificio de la Misa, que por ninguna ocupación, ni por inclemencia de los tiempos, jamás dejaba de oírla con gran provecho de su alma.

Un día tuvo el buen hombre que forcejear mucho contra vientos, nieve y tempestades para poder llegar a la iglesia del Cebrero.

Estaba un sacerdote diciendo Misa, bien descuidado de que en aquel tiempo tan trabajoso pudiese nadie subir a la iglesia. Había ya consagrado la Hostia y el Cáliz cuando el piadoso aldeano llegó, y espantándose el sacerdote cuando le vio, le menosprecio entre sí mismo diciendo: “¡Cómo viene este hombre con una tan grande tempestad y sumamente fatigado, para ver un podo de pan y vino!”

Mas el Señor que en todo lugar, por más recóndito que éste sea, obra sus maravillas, la hizo tan grande en aquella iglesia a esta sazón, que luego la sagrada Hostia se convirtió en carne y el vino en sangre, queriendo Dios abrir los ojos de aquel miserable ministro, que había dudado de la fe en el Sacramento, y pagar con tan estupenda maravilla la constante devoción de aquel buen aldeano, que vino a oír Misa con tantas incomodidades.

Estuvieron mucho tiempo la Hostia vuelta en carne en su patena, y la sangre en el mismo Cáliz donde había acontecido el milagro, hasta que pasando la reina Dª Isabel de Portugal, en romería a Santiago y hospedándose en el monasterio del Cebrero, quiso ver un prodigio tan maravilloso, y cuando lo vio, mandó poner la carne adorable en una redomita y la preciosa sangre en otra.

“Yo, dice el historiador P. D. Antonio Yepes, aunque indigno, vi y adoré este sagrado Misterio cuando pasé por aquel lugar y vi las dos ampollas, y en la una está la sangre, como si ahora se cuajara, y tan colorada como si fuera de un cordero recién muerto. La carne se ve dentro del viril como cecina colorada y seca. El mismo Cáliz, que hoy día se conserva y muestra, está todavía la señal de la sangre y todas estas cosas sagradas se sacan en procesión el día de Corpus y el de Nuestra Señora de Agosto y Septiembre, en los cuales acude mucha gente por gozar del milagro y de las indulgencias. 

(P. D. Antonio Yepes, Crónica de la Orden de San Benito)


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